Había una vez un país llamado "la Argentina" en el cual había cada vez más obreros, inmigrantes o hijos de inmigrantes que huían de la guerra y de la miseria. Estos inmigrantes hacían en su nueva patria lo que hacían en su Europa natal: Trabajaban y trabajaban y en algunos casos, en las cortas noches que les quedaban para descansar luego de diez o doce horas de jornada laboral hacían unos periódicos que solían vender persona a persona, cara a cara.
Pero no eran los únicos. Había otros diarios y revistas, algunos de los cuales eran tradicionales de las clases más poderosas y otros que tenían fines comerciales. Así fue creciendo el periodismo en esta Argentina de un tiempo muy lejano, que según las convenciones del tiempo se ubica allá por las primeras décadas del siglo XX.
Los diarios y las revistas que reflejaban las ideas y los intereses de diferentes sectores sociales se multiplicaron y el resultado fue una prensa escrita que se destacó en todo el mundo. De ideas, culturas y experiencias diversas nació una prensa que ganó la admiración de América latina y del resto del mundo.
Los años fueron pasando y diarios y revistas sufrieron los avatares de la lucha política. Algunos fueron clausurados, otros confiscados, otros fueron censurados y muchos se censuraron solos, a veces por miedo y en más de un caso, por placer. Cientos de periodistas fueron secuestrados y la prensa que era un modelo se convirtió de a poco en una mala copia de si misma.
A comienzos de los años 80 hubo alguna esperanza de que aquella prensa en pena volviera sobre sus pasos y se convirtiera nuevamente en una fuente de ideas, imágenes y herramientas para interpretar una realidad cada vez más compleja. Pero fue apenas un sueño, porque pronto llegarían los años 90 y el desenfreno concentrador. Los canales grandes se comían a los canales chicos y las cadenas se comían a los canales grandes. Las cadenas estadounidenses se comían a las cadenas locales y de paso compraban todas las radios que podían. Si no las compraban, algún funcionario se las regalaba. Los diarios se unieron a las radios y cadenas y los multimedias se fueron vendiendo a otros multimedios, más grandes, que venían de afuera. En pocos años, cientos de canales, radios y diarios se repartieron entre unos pocos dueños que, a su vez, vendían parte de sus acciones a compañías extranjeras.
Los multimedios fueron cambiando algunos sus contenidos: El Estado era bobo y había que achicarlo, los indios eran malos y asesinos y los carapálidas eran los que salvaban a la chica y se quedaban con el rancho. De a poco, o no tan de a poco, para enterarse de quién había sido San Martín había que buscar en algún libro antiguo, porque para los multimedios, el padre de la Patria era Washington, San Martín era un militar incivilizado de algún país perdido de América latina y Fidel es un narco cubano que debería estar preso en Guantánamo. Así llegamos al siglo XXI, cuando un medio pequeño y más electrónico que todos los anteriores comenzaba a hacer de las suyas: Internet. Pero eso es otro capítulo.
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