Un recorrido por las relaciones entre la prensa y la dictadura con las miradas de los periodistas Eduardo Blaustein, Oscar Martínez Zemborain y Osvaldo Bayer.
Escrito por Laura Abeyá // Fotos de: ANCCOM
“Todavía te seguís ocupando del caso de los desaparecidos, tené cuidado que no te llegue a pasar a vos lo mismo”, dijo la voz en el teléfono. El que escuchó la amenaza fue el periodista de la revista El Porteño, Esteban Mario Cerruti. Unos meses después, el 27 de agosto de 1983, poco antes de las primeras elecciones democráticas y con un régimen militar agonizante, un artefacto explosivo estalló la redacción de la revista.
A partir del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, la dictadura cívico-militar había impuesto en toda la sociedad argentina un régimen del terror como correlato de una radical reestructuración económica, política y social. Una de sus aristas estratégicas y principales en la perpetuación del poder fue una extorsiva mecánica de silencio sobre la prensa: a través de la censura y la manipulación de la información, de la persecución ideológica y la represión, las Fuerzas Armadas ejercieron el control total sobre los medios gráficos.
“Durante el Proceso la prensa se caracterizó no sólo por la omisión del horror sino que también operó el apoyo, el aplauso explícito y la sobreactuación”, explicó en retrospectiva el periodista Eduardo Blaustein a ANCCOM. “Cuando los medios sobreactuaron -continuó- fue porque existía una confluencia de intereses y una básica identidad de proyecto político y económico con los militares. Papel Prensa fue el caso más groseramente evidente. Había una complicidad ideológica con la política económica, con el desmantelamiento del peronismo y el desmembramiento de la resistencia de los movimientos sindicales.
El caso más claro es La Nación: un diario que siempre fue de las clases altas, ligado a los intereses agrarios y al mundo judicial más conservador. Clarín, pasados dos años, tuvo el matiz de hacerle una crítica al liberalismo económico de Martínez de Hoz, porque todavía tenía la impronta de desarrollismo”. Blaustein enseguida tendió un puente hacia nuestra actualidad: “Esa idea común de refundación del país es similar a la del gobierno de Mauricio Macri hoy. Esa identificación de intereses convergentes está ahora robustecida”.
40 años atrás, la Junta Militar -integrada por Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti- derrocaba al gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón. El día del golpe Clarín titulaba en su tapa “Nuevo gobierno”; La Razón “Las Fuerzas Armadas han asumido hoy el ejercicio del poder”; y La Nación “Las Fuerzas Armadas asumen el poder; detúvose a la Presidenta”.
Ninguno eligió hablar de interrupción constitucional, ni de golpe de Estado, ni de gobierno de facto; al hecho le otorgaron, por el contrario, legitimidad. “El título del 24 de marzo de Clarín enunciaba ‘Nuevo Gobierno’ como si fuera exactamente lo mismo el derrocamiento de un gobierno constitucional y su reemplazo por un asalto militar y civil: ahí ya uno podía advertir cuál iba a ser la posición política del diario”, expresó a ANCCOM el periodista Oscar Martínez Zemborain, que en el momento del golpe era secretario general de la Comisión Interna de los periodistas y trabajadores de prensa de Clarín.
La intervención de los militares sobre los medios gráficos, radiales y televisivos fue inmediata. Conocían el poder de la palabra. A través del comunicado N° 19 establecieron la represión o la reclusión hasta diez años “al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales”.
Al cercenar la libertad de expresión y mutilar todas las voces, los militares se aseguraban un discurso dominante, unilateral y absoluto que legitimara todas sus acciones: venían a “salvar a la Nación del caos”. Pusieron la lupa en todas las redacciones. “En las editoriales, las crónicas y las columnas, de los medios privados y públicos se reproducían con una frecuencia atroz enunciados sobre ‘enfrentamientos’ que había entre las fuerzas militares y policiales con guerrilleros o presuntos guerrilleros -explicó Martínez Zemborain- porque la historia demostró que no hubo solamente un aniquilamiento de las organizaciones armadas sino que se devastó todo el frente gremial, las organizaciones sociales, etc. Todos, según los medios de la época, eran terroristas y habían muerto en ‘enfrentamientos`”.
“Las posibilidades de poder contar lo que estaba pasando eran muy pocas -expresó a ANCCOM el historiador y escritor socialista y libertario Osvaldo Bayer- fue un régimen de una violencia tremenda. El que ponía un poco en duda las cosas, corría el peligro de desaparecer. Fue muy peligroso para los periodistas y el mundo de la información”.
Algunos periodistas tuvieron una actitud obsecuente y cómplice con los dictadores -como Eduardo J. Paredes, fiel defensor del gobierno militar y la represión-; otros eligieron la vía del silencio digno o el disimulo. Hubo quienes cambiaron de sección en el diario o directamente de ocupación y quienes se refugiaron en la pesada clandestinidad. Estuvieron también los que denunciaban entre líneas y lenguajes subyacentes cada vez que podían –como Fernando Ferreira, que aprovechaba sus artículos de crítica de cine en la Revista El Heraldo para hablar contra la dictadura y la represión porque sabía que esas notas iban a todos los festivales del mundo. Y también hubo otros que dieron la más valiente y mortal batalla a favor de la verdad, como Rodolfo Walsh, quien tan sólo un año después del golpe de Estado escribió y envió su famosa Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar a las redacciones de los diarios, con un nivel de denuncia sobre lo que estaba pasando que anticipó el futuro: al día siguiente fue secuestrado y asesinado por un grupo de Tareas de la ex ESMA.
Muchos otros se tuvieron que ir. “Era cambiar la vida rotundamente -recordó Bayer en torno a su exilio-. Yo me negaba, me negaba a irme. No podía ser que estuviese condenado a muerte, si no era un hombre peligroso. No llevaba una vida política sino a través de mis escritos. Pero se vino todo encima y tuve que irme, pensando que nunca más iba a volver”.
La persecución sistemática alcanzó a intelectuales, políticos, periodistas, escritores, artistas, poetas, educadores -además de los obreros y sindicalistas, el sector más destrozado, estudiantes, empleados, profesionales, amas de casa, etc-. En las listas negras de los militares, Julio Cortázar era “peligroso”, y Pacho O’Donnell, María Elena Walsh o David Viñas tenían “antecedentes ideológicos desfavorables”.
Muerte antropológica. Muerte cultural. Muerte del pensamiento. A los bienes culturales y simbólicos que eran considerados peligrosos se aplicó el mismo mecanismo que con las personas: se los hacía desaparecer. Algunos libros que no se pudieron leer durante el Proceso fueron Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano; Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire; La Patagonia rebelde, de Osvaldo Bayer; No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de invierno, de Osvaldo Soriano; Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa; Queremos tanto a Glenda, de Julio Cortázar, entre muchos otros. Editoriales como EUDEBA, Siglo XXI, Centro Editor de América Latina (Ceal), Ediciones de La Flor, Grijalbo, sufrieron persecuciones y el secuestro de sus ejemplares con su posterior quema.
Mientras los medios gráficos eran clausurados, en el tercer piso del Casino de Oficiales del centro clandestino de detención y tortura de la ex ESMA había un ala dedicada al trabajo intelectual que tenía una oficina de prensa. Desde allí, periodistas secuestrados escribían los editoriales para Canal 13 -en ese momento estatal y asignado a la Marina- dictados por el “Tigre” Acosta, mientras escuchaban los gemidos de tortura de sus compañeros y veían cómo se los llevaban en los vuelos de la muerte. “El de los trabajadores de prensa fue uno de los sectores más castigados de todo el país, aseguró Martínez Zemborain, incluso en términos comparativos y relativos hubo más víctimas en el periodismo que en la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). Más de un centenar de periodistas fueron secuestrados, torturados, asesinados y exiliados”.
En Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el Proceso, Eduardo Blaustein y Martín Zubieta sostienen que las estrategias discursivas de la prensa, como el caso de Clarín, durante los primeros años de dictadura evadieron muchas veces el quién con verbos impersonales, desapareciendo también los por qué y los cómo. “Al recorrer los primeros meses post-golpe de las páginas políticas de Clarín, tan absolutamente neutras, tan grises, no se encuentra prácticamente ninguna vida periodística: pura y monocorde megafonía del palabrerío oficial”, explican. Los documentos y las declaraciones eran traducidos sin ningún tipo de valoración, opinión, ni comentario. No había mediación periodística.
“Cada vez que tienen que dedicar en las editoriales -el alma de los diarios- un texto sobre un nuevo aniversario del golpe, al que no llaman golpe, celebran la victoria y apoyan explícitamente la llamada lucha antisubversiva -explicó Blaustein a ANCCOM-. Lo único que había eran enredados lenguajes, como cuando La Nación habla del riesgo de evitar la feudalización en la aplicación de la violencia, que está habiendo como una especie de desorden en la represión y de lo que están hablando en realidad es de las víctimas no subversivas”. En La Opinión –señaló el periodista- hacían pequeños trucos para filtrar información: “Se apoyaba en algún editorial o nota de The Buenos Aires Herald -un diario con el que los militares se tenían que cuidar porque lo leía la comunidad estadounidense y británica- que es el único diario que se la jugaba por los derechos humanos, para decir algo”.
Desde los camuflajes más extremos y repudiables, como el secuestro, la tortura y el asesinato de víctimas traducidos como “enfrentamientos” contra “elementos subversivos” en el contexto de una “guerra inevitable”, hasta los travestismos eufóricos de una política económica y social en realidad totalmente desigual y excluyente; Clarín, La Nación y La Razón fueron cómplices del régimen militar. Jugaron, primero, un papel clave en la instalación mediática del golpe de Estado, para después respaldar las políticas y resaltar las “bondades” del gobierno de facto, justificar la represión y ocultar los crímenes. “Los grupos económicos concentrados necesitaban a los militares para eliminar a la disidencia política y social que se oponía a sus intereses. Los dictadores, por su parte, exigían no sólo una prensa silenciada mediante la censura, sino medios cómplices de sus políticas y de sus acciones” explican Daniel Cecchini y Jorge Mancielli en Silencio por sangre. La verdadera historia de Papel Prensa. Así, los tres diarios de mayor circulación nacional recibieron a cambio el monopolio de la empresa estratégica y millonaria Papel Prensa a través de la empresa fantasma Fapel creada por Ernestina Herrera de Noble, Bartolomé Mitre y Héctor Horacio Magnetto y luego de que sus propietarios –Lidia Papaleo y Juan y Eva Gravier- fueran perseguidos, secuestrados y torturados.
“Con Papel Prensa, Clarín, La Nación y La Razón, se constituyeron como agentes de la censura de la dictadura militar. Ellos, como fabricantes únicos de papel de diario, decidían a quién le vendían y a qué precio, que siempre era mucho más elevado que el precio real”, explicó Martínez Zemborain contextualizando este control y asfixiamiento de los medios competidores en un momento en que los diarios de papel tenían un peso y una preeminencia muy importante. “Clarín ingresó en la dictadura como un diario de clase media y salió como un nuevo rico, por Papel Prensa”, apuntó Blaustein.
Muchos medios fueron clausurados o apropiados por el Estado. En 1977, cuando La Opinión publicó una denuncia de posibles torturas cometidas por oficiales de las Fuerzas Armadas, los militares intervinieron el diario y secuestraron a su director Jacobo Timerman. Unos meses después, el diario fue expropiado por la Comisión Nacional de Recuperación Patrimonial. Tres años más tarde, cerró.
Otros diarios como La Prensa y sobre todo The Buenos Aires Herald mantuvieron cierta independencia periodística, denunciando muchas veces los secuestros y las muertes, y haciéndose eco de las desapariciones denunciadas por las Madres de Plaza de Mayo.
Sin embargo, “el mapa completo del horror no lo tuvo nadie en Argentina hasta algunos años después del 83”, explican Blaustein y Zubieta en Decíamos ayer. Recién cuando la dictadura comenzó a descongelarse, los principales medios gráficos se asomaron a informar más ampliamente sobre la violación de los derechos humanos, a oponerse con más firmeza a la clausura de medios y a la persecución a periodistas, e incluso a criticar el desarrollo de la economía.
Mientras en Argentina imperaba el cerco informativo, las denuncias de violaciones a los derechos humanos se penetraban desde el exterior. Eran las voces de los exiliados argentinos, de sus amigos y aliados extranjeros que gritaban la muerte y la desaparición de personas sugiriendo la responsabilidad militar en ellas; denuncias que no tardaron en ser descalificadas por el gobierno como parte de una “campaña antiargentina” destinada a “desprestigiar el país”. “Era el único argumento que podían tener, decir que había algo antiargentino en todos nosotros, cuando en realidad era antidictatorial, contra la muerte, a favor de la vida, de los que estaban presos y desaparecidos”, explicó Bayer.
Durante ese contexto de exilio, las publicaciones de periódicos editados en el exterior como Sin Censura, Denuncia y La República, funcionaron como importantes aportes de contrapeso a la desinformación que existía en América latina. A fines de 1979 en París, el grupo de intelectuales y periodistas exiliados conformado por Julio Cortázar, Osvaldo Soriano, Oscar Chino Martínez Zemborain, Carlos Gabetta, Hipólito Solari Yrigoyen y Gino Lofredo, se propusieron crear un periódico que denunciara internacionalmente las atrocidades de las dictaduras latinoamericanas, para romper el bloque informativo de la región: así nació Sin censura. Con el aporte de mil quinientos dólares cada uno para financiar las publicaciones y su distribución -lo que implicaba un gran esfuerzo para quienes se encontraban entre la imposibilidad de conseguir trabajo y la sobrevivencia- los seis conformaron el Consejo Directivo del periódico que contó con la colaboración y las voluntades de Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez, Osvaldo Bayer, Hortensia Bussi de Allende, viuda del ex presidente chileno, entre otros. “Era una actividad de denuncia permanente, estábamos siempre atentos para receptar la información y meterla en las publicaciones”, contó el codirector del periódico Martínez Zemborain a ANCCOM.
El trabajo era artesanal y la distribución tenía que ser estratégica. Los ejemplares se enviaban por correo de París a Washington y de allí se repartían a Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay. Para distraer al control, consiguieron unos sobres de la Ford Motor Company y unos adhesivos de la Fundación Ford que cuando pasaban por la oficina de la SIDE ubicada en el Correo Argentino, que canalizaba lo que llegaba del exterior, estos seguían de largo por su no aparente “peligrosidad”.
Hoy, en perspectiva, para Martínez Zemborain “Sin Censura fue un faro bien interesante donde lo principal no daba lugar a lo secundario. En la co-dirección había procedencias políticas muy distintas pero no existían internas. Sabíamos que los regímenes militares que masacraban gente y que habían conculcado todos los derechos era sobre lo que teníamos que hablar”.
Con el mundial de fútbol del ’78 llegó la hora de la euforia popular. La cultura del pueblo argentino parecía elevarse y un aire de alegría protagonizó las tapas de los diarios. El 25 de junio el diario La Razón imprimió el titular “Argentina, el mejor país del mundo”; un día después, La Nación publicaría “La hora más gloriosa”. “Había que gritarles ¡gol! a las madres desesperadas, ¡gol! a los torturados y a las violadas, ¡gol! a los niños borrados, ¡gol! a los exiliados, ¡gol! a los presos, ¡gol! a la memoria”, escribió Bayer en Pequeño recordatorio para un país sin memoria.
En un contexto de crisis general, la guerra de Malvinas fue la última operación del régimen militar en decadencia para conseguir el consenso social y el apoyo de la sociedad, movilizada por los sentimientos nacionalistas y antiimperialistas. Mientras el general Leopoldo Galtieri y las Fuerzas Armadas empujaban hacia la muerte a cientos de soldados jóvenes mal entrenados y peor armados, daban las pautas que debían seguir los medios en la cobertura del conflicto bélico: “Evitar difundir información que: produzca pánico, atente contra la unidad nacional, reste credibilidad y/o contradiga la información oficial, pueda generar disturbios sociales…” y la lista seguía. “Estamos ganando”, mentían las tapas, construyendo la ilusión de una victoria que no tardó derrumbarse. Malvinas, ya se sabe, fue el capítulo final.
Un día antes de que asumiera Alfonsín, Martínez Zeborain volvió a su país: “La vuelta fue impresionante porque era la vuelta a un lugar donde todo era distinto,recordó. Nosotros éramos distintos, los que se habían quedado eran distintos. No estábamos todos”. A los pocos días de la asunción que Martínez Zemborain vio por televisión, Hipólito Solar Yrigoyen lo llamó para decirle que el presidente Alfonsín lo quería ver. “Casi me caigo de espaldas”, rememoró el periodista. Le pidió a su hermana que le prestara plata para comprarse un traje y fue. Todavía recuerda la tremenda emoción que sintió cuando se abrió la puerta del despacho presidencial y Alfonsín estaba ahí. “¿Cómo estás?”, le preguntó al presidente. “¿Cómo estoy? Abro un cajón me salen víboras, abro otro cajón, me salen grillos. Esto es terrible”, respondió Alfonsín. Luego de esa reunión, Martínez Zemborain entró como secretario general de redacción en Télam. “Cuando llegué a la agencia, menos periodistas había de todo: servicios, prostitutas, amantes de los militares, runfla de todos lados. Eso eran los medios de comunicación”.
Cabe preguntarse si hubiese sido posible mantener la dictadura militar, en el sentido de su permanencia y alcance, sin la complicidad de los principales diarios argentinos. Para Blaustein la pregunta no tiene respuesta: “No hubiera sido posible por la lógica política y económica de que si hay una confluencia de intereses, las empresas de medios necesariamente se van a comportar como lo hicieron, explicó. Si hubieran sido liberales en serio como lo fue el director de The Buenos Aires Herald, por su poder, un poquito hubieran podido hacer. No digo que mucho más porque era jugarse la vida, y uno es respetuoso del miedo y del terror. Podrían haber omitido sin apoyar ni aplaudir. Pero hicieron lo contrario. Y sobreactuaron”.
La hegemonía mediática conservadora es para Blaustein una dimensión inacabada, todavía viva y fortalecida en nuestro presente cultural-mediático. “Los medios ganaron siempre poder económico y presencia a expensas de la política porque hacen antipolítica permanentemente, explicó. Siempre el empresariado periodístico fue más astuto que la política de turno. Cuando ya habían hecho el negocio con los militares y el régimen se estaba deshaciendo, le empezaron a pegar suavemente. Los últimos años de la dictadura, cuando comienza el deshielo, Oscar Raúl Cardoso, un gran periodista de Clarín, arriesga su propia firma en las denuncias por violaciones a los derechos humanos que llegaban del exterior. Y eso se publica en Clarín -ejemplificó-. Durante el gobierno de Carlos Menem, Clarín apoyó lo central de las políticas hasta que hizo sus negocios, se fortaleció, y cuando estaba más poderoso aún se dio el lujo de criticar al menemismo por el lado de la corrupción”.
En el mismo sentido, Martínez Zemborain revisó que así como fueron el respaldo de la dictadura militar, los medios de comunicación dominantes hostigaron luego al gobierno de Raúl Alfonsín, para más tarde apoyar la presidencia de Carlos Menem en su política de enajenar todo bien público y por su lineamiento económico a favor de sectores muy concretos y claros. “Los medios hegemónicos se fueron convirtiendo en house organ, en agentes de propaganda para defender sus propios intereses que en su momento estuvieron representados por la dictadura y en otros momentos, como ahora, por expresiones de la democracia”, explicitó Martínez Zemborain. “Con la ley de convertibilidad, solamente a un pueblo manipulado informativamente se le puede hacer creer que el peso argentino tenía el mismo valor que la unidad monetaria del país más importante de la tierra”, explicó el periodista y agregó el ejemplo de una operación mediática reciente: “Hasta diciembre las tapas de los diarios eran reflejo de una situación de inseguridad terrible.
Desde la existencia de este nuevo gobierno no hay inseguridad en la Argentina”.
La relación de los medios hegemónicos con los distintos gobiernos estuvo marcada de tensiones, negocios, pero también de recrudecimientos. “Los doce años de kirchnerismo, salvo el primer pacto de Néstor con Clarín, fue la erosión permanente -explicó Blaustein-. Uno puede cuestionar y es absolutamente discutible la capacidad de manipulación de los medios, pero en números concretos si no hubieran existido Clarín y Jorge Lanata, Daniel Scioli probablemente habría ganado las elecciones. Sin ese poder de fuego gigantesco de los medios, más allá de los errores del kirchnerismo, incluyendo los comunicacionales, las elecciones se ganaban”.
Para Blaustein no es casual que, al igual que la primera privatización que hace Menem fue Canal 13, una de las primeras medidas del gobierno de Mauricio Macri fue intervenir la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual a través de decretos de necesidad y urgencia. “Implican un retroceso en la democratización de la comunicación -sostuvo Blaustein-. Por algo es lo primero que hacen. Seguro que es un largo acuerdo político con Clarín desde muchísimo antes de las elecciones”. Blaustein agrega un matiz: para él, sin embargo, el kirchnerismo aplicó la ley con ineficiencia y autoritarismo.
Martínez Zemborain, que acaba de ser despedido de Radio Nacional por la administración macrista, también se refirió al tema: “Hay un nivel de concentración muy alto, el Grupo Clarín tiene 300 bocas de expendio. La LSCA era absolutamente edulcorada para ese grupo. Tenía que deshacerse de algunas empresas y venderlas, y en el primer intento se advirtió que los que venían interesados a comprar esas empresas eran testaferros de Clarín”. En el mismo sentido Blaustein señaló que “Clarín ya no es una industria meramente periodística, es un actor económico muy importante y eso lo tiene claro Magnetto. Es el mascarón de proa de un sector importantísimo de la clase empresaria”.
“La clase del macrismo es una nueva clase dirigente: egresados de universidades privadas, es el mundo social de La Nación, es una cultura política de mirada autoritaria, conservadora y despectiva hacia el Estado”, alumbró Blaustein. Ese mundo ideológico compartido fue quizás el puntapié de La Nación para publicar, en menos de 24 horas pasadas del triunfo de Mauricio Macri como presidente, el editorial “No más venganza”, levantando llena de tierra la teoría de los dos demonios que se creía sepultada. “Es un mensaje desde la soberbia del poder mediático y desde la clase alta -manifestó Blaustein-. Es el afán de revancha y la soberbia de La Nación de sentirse la clase dirigente, como si fueran los padres de la patria. Se sienten con el derecho moral y ético de presionar al próximo gobernante”. Martínez Zemborain lo graficó así: “Fue un vómito que se les escapó”.
En su discurso de apertura de las sesiones ordinarias en el Congreso de La Nación, Macri se refirió al aniversario: “Este año se cumplen 40 años del golpe militar; un golpe que consolidó la época más oscura de nuestra historia. Aprovechemos este año para gritar todos juntos Nunca Más a la violencia institucional y política”. En el discurso macrista, según Blaustein, el relato sobre la Memoria, la Verdad y la Justicia va a tener una cosa distraída: “Jamás el macrismo va a decir que el terrorismo fue la otra cara de un proyecto de reconversión económica. Va a decir que estuvo mal el enfrentamiento entre argentinos, o van a tratar de reposicionar la teoría de los dos demonios. Pero nunca le van a dar una dimensión histórica y económica”.
En el gobierno de Macri la política de derechos humanos, si bien es reconocida como un campo simbólico poderoso va a tener, para Blaustein, “un lugar diluido, absolutamente hipócrita y cínico. Van a hablar de Derechos Humanos sin historización, olvidándose de los `70 y apostando a una nueva agenda propia de DDHH, más light, que apele a diversidad cultural, la pluralidad, capacidades especiales, temas de sexualidad”. Pero, Blaustein se pregunta: “¿Qué discurso sobre los DDHH se puede tener con los niveles de violencia institucional que se están registrando? Se están vulnerando derechos humanos básicos: con el protocolo anti-piquete de Patricia Bullrich, la detención de Milagro Sala, la represión a la murga del Bajo Flores. Por lo tanto es totalmente hipócrita. Si vos creás un centenar de despedidos, si la inflación va a llevar a la pobreza a un sector importante de la población, estás vulnerando el derecho a la calidad de vida y al trabajo, que son los más esenciales”.
A 40 años del golpe militar que inauguró la dictadura más siniestra de la historia argentina todavía quedan algunas dimensiones de aquella época y forman parte de nuestra identidad como sociedad. “La dictadura contribuyó a fortalecer una cultura política subyacente en nuestro país: autoritaria, con una visión muy prejuiciosa contra el rol del Estado, un sentido de no pertenencia a un proyecto colectivo y donde la idea de patria está erosionada, explicó Blaustein. Es una cultura de fondo de antipolítica y de sospecha que está entre nosotros desde siempre en nuestra sociedad, una sociedad menos cohesionada y más fragmentada desde entonces. Todo golpe de Estado citó caos, demagogia, corrupción y populismo –repasó Blaustein-. Es un discurso muy parecido al macrista. Un discurso que ancla una cultura social”.
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