-"Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido." Malcolm X.
septiembre 27, 2009
Con las fauces abiertas
La historia demuestra que cuando hay una disputa por el poder, cualquiera sea su naturaleza y su objeto, siempre hay grupos que mantienen una línea de conducta: La falta de escrúpulos. Aquellos que no se cansan de acumular dinero con tasas de ganancias cada vez más altas suelen ser los más drásticos cuando se trata de defender sus privilegios.
Bastaría con recordar lo ocurrido durante las matanzas de nativos que Julio A. Roca impulsó para repartir luego las tierras entre algunos de sus amigos, hoy “apellidos ilustres”. También durante la guerra de la independencia, en la persecución de los inmigrantes de fines del siglo XIX y comienzos del XX, en las sucesivas dictaduras, en los bombardeos de Plaza de Mayo, en la generación de la deuda externa y en tantas otras ocasiones en las cuales los poderosos, siempre vinculados por tramas de dinero y familia, no tienen límites morales para utilizar cualquier arma, si está disponible y les sirve para ganar más poder y más dinero.
Entre tantos acontecimientos históricos que la Argentina ha vivido, el debate por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual -o Ley de Medios Audiovisuales, según la nomenclatura más sencilla- se ha convertido en uno de los ejes alrededor de los cuales se desató otra pelea por el poder y el dinero. Nuevamente, hay quienes actúan con falta de escrúpulos.
Así como han ganado millones de dólares a costa de clientes cautivos y no sin una ayudita de políticos de todos los orígenes que les han facilitado las cosas, ahora hay empresas y empresarios que están dispuestos a todo para evitar que la Ley se apruebe. Saben que si la libertad de expresión está en juego, no es porque ellos vayan a perder emisoras sino porque por primera vez se vislumbra una oportunidad para que muchos millones de argentinos que tienen vedado su derecho a la libertad de expresión, finalmente puedan expresarse. Y podrán hacerlo, si es que la trama de poder no se enriquece –o empobrece- con nuevos testaferros y testaferros de los testaferros. Quien tenga dudas, puede intentar averiguar quiénes son los dueños de América TV. Tal vez se lleven una sorpresa. O no.
Estos personajes, que suelen demostrar una creatividad bastante limitada para el ejercicio del periodismo y del entretenimiento, tampoco se esfuerzan demasiado para blindar sus emporios. Que algunos diputados o senadores se parezcan cada vez más a los conductores de los programas en los cuales se los promociona, que se oculte lo que dice el adversario o que se lo edite aplicando el nano-periodismo, todo acompañado de un zócalo que desmienta o distorsione lo que el otro dice, no es nuevo ni original.
Tampoco es nuevo ni original que los poderosos, cuando ven ante sí la posibilidad de que alguien consiga un avance de los sectores populares, por pequeño y dudoso que pueda ser ese paso, comiencen a ejecutar rehenes como en las más crudas series estadounidenses. Los rehenes, en este caso, son dos: El público y los periodistas. Al público lo acosan con la posible desaparición de las señales, la pérdida de su libertad de expresión –aunque sepan que es exactamente a la inversa- y otros males que agitan las 24 horas del día.
A los periodistas –e indirectamente al público- lo acosan con presiones para que digan aquello de lo cual no están convencidos. A algunos los han comprado con mucho dinero, especialmente si tienen algún pasado progre, porque ya se sabe que nada es más fácil que canjear unos cuantos miles de dólares por un poco de pátina progresista. Pero a la mayoría la asustan con los despidos.
Indirectamente se amenaza también al público, porque se les dice que los periodistas perderán su empleo y que, entonces, no habrá más voces sino menos voces en los medios de comunicación. Pero no se quedan allí, huyen hacia delante. Ahora hacen circular los rumores con cifras de despidos y nombres de empresas que supuestamente se desharán de cientos de técnicos y periodistas en un plazo más o menos corto.
Sería bueno que, en lugar de ello, por una vez fueran originales y amenazaran con limitar drásticamente sus tasas de ganancia, que anticiparan el recorte de los mega sueldos de algunos de sus ejecutivos y "animadores" o que aclararan cuánto del poder que generan con sus empresas les sirve para hacer enormes ganancias con otros negocios. También podrían protestar a la japonesa haciendo una autocrítica: Podrían arrepentirse, aunque más no sea un poco, de haber promovido como supuestos gurúes a periodistas o economistas cuyo único mérito es repetir lo que leen o escuchan en Bloomberg o en la CNN y, como ellos, equivocarse en la mayoría de las ocasiones, sin pagar un mísero costo. Lástima, ya sabemos que eso no pasará, que no perderán sus malas costumbres
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