Fue una noche intensa, una madrugada memorable y un comienzo histórico para los medios de comunicación y para la libertad de expresión. La democracia le pateó el tacho a los zócalos y en su impotencia, los flashes y las cámaras se fijaron en los amenazadores de siempre.
Lindo viernes, a pesar del frío que se alternó con el calor y de cierta tensión que se percibía en el ambiente. Lindo sábado, a pesar de la falta de espacios entre las nubes para que asome el sol. Para qué decir lo que ya está dicho: La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales fue aprobada. No “se” aprobó, sino que fue aprobada por diputados y luego senadores que, en muchos casos por convicción, en otros por disciplina y en otros por intereses particulares, se convirtieron en la expresión de décadas de trabajo minucioso de organizaciones como la Coalición por una Radiodifusión Democrática, las facultades de Periodismo y de Ciencias de la Comunicación de todo el país, los especialistas, los investigadores, las cooperativas, los empresarios pequeños y medianos que fueron atrapados por la red concentradora de los años 90, los sindicalistas, los otros sindicalistas y los periodistas. Si, los periodistas, que no es lo mismo que los millonarios del periodismo o sus empleados dilectos, los empleados periodísticos de algunas empresas y los chupamedias por vocación. La inmensa mayoría de los periodistas estuvimos y estamos a favor de esta nueva Ley.
El debate legislativo desnudó algunas miserias del periodismo argentino, que no se han debatido simplemente porque bajo la falacia de que no hay que “hacer periodismo sobre periodistas” se coloca la basura bajo la alfombra y se baila alegremente arriba. Algunos colegas de esos que en un par de años pasan de escribir columnas jugadas a hacer jugadas con sus columnas se regodearon con advertencias sobre la pérdida de la libertad de expresión. Se trata, en realidad, de “su” libertad, pero no de expresión sino de ganar sumas superiores a los $ 100.000 mensuales, mientras que la inmensa mayoría de los periodistas asalariados trabaja por no más de $ 2.000. Para colmo, los asalariados pobres deben considerarse privilegiados porque no forman parte de la mayoría de marginados que son “colaboradores”, o sea precarizados que nunca saben en qué van a trabajar, por cuánto y hasta cuándo, que si se enferman pierden su trabajo y que si no se enferman acumulan trabajo hasta enfermarse. Por cierto, esas mayorías de periodistas pobres no tienen el poder de “expresarse” como hacen los periodistas ricos.
La madrugada porteña vivió una movilización memorable y también una generosa operación de prensa para desplegar títulos y zócalos dignos del 1984 de Orwell. Operaciones que mostraron a los senadores Ernesto Sanz (Mendoza) y Gerardo Morales (Jujuy), remanentes de un radicalismo que nos honró con un presidente como Raúl Alfonsín, a quien el mismo poder que hoy Sanz y Morales defienden le enjabonó el piso para que no terminara su mandato. Fue patético ver a legisladores que salieron a "advertir", ¿amenazar? con juicios y demandas, puestas en terceras personas, claro, pero dichas por senadores de la Nación. Pobre expresión de un radicalismo que está ahí, que tiene militantes y locales partidarios en todo el país, mujeres y hombres que saben de censuras mediáticas y de aprietes corporativos, que los han sufrido y que tal vez ahora puedan expresarse a través de una radio o un canal barrial, cooperativo o partidario. Lástima que algunos de sus dirigentes no lo entiendan, salvo que se trate de otra cosa. Porque a veces, para algunos, la democracia es válida si los favorece y se deteriora cuando no sirve para sus intereses o para los intereses de sus socios o amigos. De allí las amenazas, que seguramente los medios concentrados van a hacer efectivas, porque el camino es largo y no es una casualidad que el poder haya bloqueado durante 26 años la sanción de una nueva Ley.
Pero la Ley está, ya no será necesario que los gobiernos democráticos intervengan al COMFER para evitar que haya un general, un brigadier y un almirante en su conducción. Ya no será posible que un grupo tenga 100, 200 o 300 señales desde las cuales se coarte la libertad de expresión. Será más difícil echar a 200 o 300 periodistas de una radio y venderla a un grupo que la convertirá en una repetidora, será más complicado mandar a un periodista con una cámara y un grabador para que escriba una nota, haga una salida para diez radios y haga de movilero para un par de canales de TV, todos del mismo dueño y por el mismo precio. La mayoría salió a festejar, algunos, en cambio, prefirieron las luces de las cámaras para proferir sus amenazas y su bronca. Por una vez, parece que perdieron.
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