Frases de cabecera

-"Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido." Malcolm X.

mayo 01, 2010

Mártires cotidianos

Hoy es el día del trabajador y uno lo celebra en honor a aquellos mártires de Chicago y por los miles y millones de mártires que todos los días dejan sus ganas y sus sueños detrás de una máquina, arriba de un andamio, cosiendo, barriendo o con sus ojos colorados por el cansancio que provoca la computadora. No digo "feliz día" sino "recordemos a todos los trabajadores". Pero en algún momento vamos a tener que dedicar una parte importante del primero de mayo a los excluídos, a los teletrabajadores, a los precarizados, a los trabajadores domiciliarios, a los trabajadores en negro, a los flexibilizados.
Si de periodismo se trata, flexibilizados, precarizados, trabajadores en negro, teletrabajadores, trabajadores domiciliarios y otras categorías caben a más de la mitad de los que proveen contenidos a los diarios, las revistas, los sitios de Internet, las radios y los canales de televisión. No tienen vacaciones, no tienen jubilación, no tienen derecho a enfermarse, aunque se enferman y cuando les pasa, no les pagan. No digo "feliz día", digo que "algún día sean felices".

abril 28, 2010

El Periodista y la Libertad de Conciencia


Reproduzco completo un artículo que recoge la ponencia del periodista James Neilson en el encuentro sobre la ética de los periodistas organizado por la Fundación Illia y publicado en 1990 en el libro "La Etica de los Periodistas Argentinos". Son palabras de hace veinte años, cuando comenzaba la década en la cual se desarrollaría un proceso acelerado de concentración de medios y sobre todo una extraordinaria concentración multimedial, que mediante el refuerzo entre los mensajes de diarios, revistas, radios, televisión y hasta sitios de Internet, derivaron en una reducción al mínimo en materia de opciones. Es muy interesante leer lo que "decíamos ayer..." para analizar cuántas pérdidas de libertad de expresión y de libertad de conciencia hemos sufrido en tan pocos años. Aquí va el texto:

La expresión, pero no, claro está, la idea de "libertad de conciencia" parece haber sido acuñada por el reformador protestante Martín Lutero cuando comenzaba su lucha contra la autoridad del papa. En aquel entonces, Lutero fue un fervoroso defensor de la libertad de conciencia más absoluta, pero cuanto más aumentó su propio poder, tanto más entendió los argumentos de sus adversarios y, al llegar a su apogeo, se opuso con la mayor firmeza a todo amago de independencia de criterio en las partes del mundo que dominaba.
Esta parábola se repite todos los días en el periodismo. Es que los reporteros y columnistas, sobre todo cuando son principiantes, suelen creer a pie juntillas en su derecho a escribir lo que su conciencia les dicte y a negar el derecho de cualquiera de amordazarles. Los redactores y, sobre todo, los directores de diario, en cambio, naturalmente ven las cosas desde un ángulo muy distinto. Tienen que pensar en la "línea política" del medio, en su coherencia, en su calidad y en consecuencia no pueden permitir que quienes lo escriben decidan todas las normas. De este modo surgen, inevitable y contínuamente, conflictos dentro de las redacciones. Por lo general se resuelven sin demasiados problemas: el izquierdista que encuentra que los redactores conservadores no publican sus artículos o mutilan sus reportajes cambia de diario; el católico cuyos apasionados alegatos contra el aborto son rechazados por un director impío termina trasladándose a un medio más acogedor. La posibilidad de hacerlo, cuando existe, reduce los posibles prejuicios causados por lo que podría llegar a ser una suerte de dictadura informativa de pocos hombres y mujeres. Así y todo, el problema existe y es importante.
La necesidad de hacer compatible la libertad de conciencia del periodista o de cualquier persona que quiere escribir para los diarios y el derecho del director a imponer ciertas normas es la contracara de la libertad de expresión. Este es un tema que tiende a enfrentar a la prensa en su conjunto con los demás poderes: políticos, económicos y eclesiásticos. En buena parte del mundo existe el consenso de que la libertad de expresión, la ausencia de censura previa, debería ser casi absoluta. La libertad de conciencia, en cambio, es un tema de puertas adentro y quienes se oponen a la libertad de expresión -por los mejores motivos, claro está- saben que constituye un flanco débil que pueden aprovechar.
Pueden señalar que los dignos señores que protestan toda vez que un político trata de obligar a la prensa a acatar ciertas reglas no vacilan un instante en forzar a sus propios empleados o colaboradores a respetar las pautas que fijan ellos mismos, que la censura, crimen abominable cuando la practican los gobiernos, es un hecho cotidiano en toda redacción.
¿Es posible solucionar este problema, eliminar esta contradicción? Creo que no. La libertad total, sin excepciones, es un sueño utópico. El estatuto destinado a obligar a los redactores a respetar plenamente la libertad de conciencia de cada uno haría de todo medio la víctima fácil de grupos bien organizados de personas comprometidas con alguno que otro movimiento que practican lo que en ciertos círculos políticos denominan el entrismo.
Asimismo, la libertad de expresión depende de la voluntad de los directores de diario de resistir las muchas presiones surgidas de sectores políticos y económicos, y el director forzado a distribuir el espacio limitado a su disposición a otros, aun cuando éstos sean periodistas, para que lo utilicen a su antojo no tendría ningún poder para hacer frente a nada.
Para colmo, de imponerse el principio de la supremacía incuestionable de la libertad de conciencia del periodista -es decir, de todos cuantos escriben para la prensa con cierta regularidad o que tienen que ver con la producción de diarios- no sde solucionaría el problema fundamental, meramente lo trasladaría de la oficina del director a la sala de redacción o al local gremial más cercano, porque cuando del espacio periodístico se trata estamos hablando de un bien escaso, físicamente limitado, que alguien ha de repartir, y la libertad de algunos necesariamente excluye la de otros. En consecuencia, el problema fundamental consiste en saber dónde ubicar la máxima libertad -que lógicamente incluye la de conculcar la libertad ajena- y a mi entender el lugar menos malo es en la oficina del director que para estar en condiciones de hacer frente a las presiones desde fuera tiene que poder resistir las de dentro.
En las grandes ciudades, la variedad de medios disponibles brinda una solución pragmática, imperfecta, quizás, pero satisfactoria. Pero en comunidades más pequeñas o en zonas relativamente despobladas el problema puede ser agudo, sobre todo si el director del diario local es una persona de ideas muy firmes y de miras muy estrechas. En tales casos suelen proliferar los planteos de quienes quieren subordinar los derechos de las empresas periodísticas a los que, dicen, son de la comunidad en su conjunto.
Puertas afuera, todos aquellos que se preocupan por la libertad de expresión no pueden sino defender sin ambages los fueros de tales directores de diarios. Puertas adentro, empero, es útil recordarles que es del interés de la prensa como institución, habitualmente blanco de críticas de toda clase, que en zonas en que existe un virtual monopolio quienes lo ejercen lo hagan con la mayor amplitud posible, dando cabida a muchos puntos de vista, no sólo porque esto es bueno de por si sino también porque es el único modo de neutralizar presiones que en ciertas circunstancias pueden resultar incontrastables.