Frases de cabecera

-"Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido." Malcolm X.

mayo 14, 2011

Feliz cumpleaños, maestro Antonio Berni

"El artista está obligado a vivir con los ojos abiertos y en ese momento la dictadura, la desocupación, la miseria, las huelgas, las luchas obreras, el hambre, las ollas populares crean una tremenda realidad que rompían los ojos", dijo alguna vez el maestro rosarino Antonio Berni al rememorar su propia actitud frente al derrocamiento de Hipólito Irigoyen en 1930, que fuera el primer golpe de Estado en la Argentina, Fue uno de los plásticos argentinos que mejor interpretó el drama de la pobreza y la miseria comunes a los pueblos de América latina y hoy es parte de la identidad argentina en el arte universal. Hoy, 14 de mayo de 2011, Berni cumple 106 años. Ya no está, pero basta con una visita por el museo de Bellas Artes para encontrarlo y dialogar con sus obras. O mirar un video, a modo introductorio. No reemplaza a sus trabajos, pero nos acerca. Felicidades, maestro.

mayo 11, 2011

Perón, el Estatuto y los periodistas

Promulgación del Estatuto del Periodista, en 1948
En la relación entre el peronismo y los medios de comunicación masiva suelen utilizarse relatos sesgados por los intereses de los editores de los diarios de la época. Entre las visiones más amplias, que sirven para el debate, no para comprar como un paquete cerrado, rescatamos algunos párrafos de un trabajo del estadounidense James Cane (1) publicado en 2007. Cane no es precisamente peronista y sus narraciones suelen ser contundentes a la hora de criticar a Juan Domingo Perón y su relación con los medios, pero es interesante el matiz que aparece cuando busca caracterizar el rol que aquel Gobierno jugó en la relación entre los trabajadores de prensa y los dueños de los medios, especialmente a partir de la promulgación del Estatuto del Periodista (Ley 22608), todavía vigente.

Según los creadores del Estatuto, la intervención estatal en el funcionamiento de la prensa bajo la forma de regulación de las condiciones de empleo de los periodistas y la mediación obligatoria en las disputas laborales no amenazaban el buen funcionamiento de la prensa. A cambio del concepto liberal que ubicaba al Estado en una posición de amenaza inequívoca y permanente, con el Estatuto del Periodista la idea de que podía servir de protector de la ‘verdadera misión’ de la prensa y de los periodistas –agentes privilegiados de expresión pública- no sólo llegó a tener mayor peso ideológico, llegó a tener fuerza de ley.

El Estatuto, por lo tanto, no sólo facilitaba la rearticulación de las complejas relaciones entre los trabajadores y propietarios de la prensa nacional, también alteró inmediata y fundamentalmente el status de la prensa en su conjunto vis-à-vis el Estado argentino. Primero, la disposición institucionalizó, aún más, la división entre trabajo y capital en las salas de redacción. Al reconocer y dar fuerza de ley a esta fisura socavó el concepto de ‘la prensa’ como un sujeto colectivo y uniforme, contrarrestando así, en términos prácticos, el efecto unificador que tenía la censura. (…)

(…) Más que dividir simbólicamente a ‘la prensa’, el Estatuto daba al Estado mismo –en la forma de la STP- un espacio en las salas de redacción como mediador en las relaciones entre periodistas y propietarios, antes que como presencia temporaria y represiva. Así, donde los oficiales de la Subsecretaría de Informaciones y Prensa, por su función de censores, entraban a los diarios como plena amenaza tanto para periodistas como para propietarios, el Estatuto iniciaba una participación estatal que actuaba como protectora de los intereses materiales de los periodistas. De forma parecida, la inequívoca clasificación jurídica de los diarios de circulación masiva como entidades abría la industria de la prensa –como cualquier otra área de la economía argentina- a la regulación estatal de la mano de obra, del papel de diario y de los otros factores de producción. (…)

(1) James Cane, escribió Trabajadores de la pluma. Periodistas, propietarios y Estado en la transformación de la prensa argentina, 1935-1945, en el libro “Prensa y peronismo”, compilado por María Liliana Da Orden y Julio César Melon Pirro.  Es doctor en Historia por la University of California-Berkeley y realizó su tesis doctoral bajo la dirección de Tulio Halperin Donghi.

Carlos Abrevaya: "No somos la voz de Dios"

“Debemos preguntarnos por qué y para qué somos periodistas”, dijo alguna vez Carlos Abrevaya, uno de los grandes de la generación de Jorge Guinzburg, Adolfo Castello y otros artistas-periodistas que lograron una conjunción que no es sencilla, al menos para quienes no quieren caer en el mal gusto o en las obviedades: El periodismo y el humor. Entre las maravillas que se han publicado, encontramos un artículo de 1985 que rescata las palabras de  Abrevaya acerca de la ética periodística. Luego de un análisis que hizo con toda la gracia que lo caracterizaba, terminó con una suerte de máximas que, con todo el tiempo que ha pasado, siguen vigentes. De regalo, un video de La Noticia Rebelde con Carlos Salvador Bilardo.

Las cosas que propongo para la búsqueda de la verdad:
-Asumir que somos seres humanos y que la verdad absoluta, esa verdad ideal, no podrá ser recibida con plenitud objetiva.

-Advertir a los que nos escuchan que no somos la voz de Dios, ni siquiera Frank Sinatra.

-Intentar buscar la verdad en nosotros mismos. Iniciar esa primera búsqueda, asumir nuestra subjetividad, comprenderla. Ver de qué manera producimos nuestras propias y personales distorsiones a lo que recibimos.

-Preguntarnos por qué y para qué somos periodistas y, ya que estamos, para qué creemos que sirve el periodismo, qué sentido tiene.

-Sabidas estas verdades, tratar de no ocultarlas, no desinformar sobre nosotros a los que reciben nuestros mensajes. (Acá hay que vencer un miedo, pero sabido es que el miedo no ayuda a la búsqueda de la verdad). Es mejor, en este sentido, una nota firmada que una sin firma. Es más verdadera una opinión parcial que una cifra engañosa.

-En los medios estamos opinando todo el tiempo. Sería más honesto, más verdadero admitirlo y aclararlo. Es más verdadero un periodista que admite su parcialidad a un periodista que se cree y se presenta como imparcial.

-Adoptar una actitud dinámica creativa que implica una cierta movilización, una mecánica del correrse para mirar desde otro lado, pero advirtiendo que siempre queda un margen, un porcentaje abierto, por lo cual realizaremos una síntesis subjetiva.

-Tratar de asumir una actitud científica. Al contrario de lo que se cree vulgarmente, los científicos son más cuidadosos en sus afirmaciones. Vivimos tiempos de un pseudo-cientificismo fascicular plagado de afirmaciones sin duda. Vale tomar conciencia de este contexto cultural social. Incorporar una actitud refutacionista,  podría ser recomendable. Búsqueda de la mentira. Tomar conciencia del alto grado de relatividad de casi todo, también. Lo digo como una tendencia. Como una intención. Es muy difícil hacer un estudio científico cada vez que uno debe cubrir una nota.

-Un dato menor, la hora, por ejemplo, es una información relativa. ¿Cuál es la hora verdadera? Es un dato significativo. Puede ser irrelevante. La hora de la verdad está en el portador del reloj y no en la máquina. La hora señalada está en la persona que la señala. La hora, referí, es una cuestión de angustia, ambición y ansiedad de justicia. (…)






 

mayo 10, 2011

Medios públicos: Mitos, tabúes, verdades.


Uno de los resultados que pueden enorgullecer a la facultad de Ciencias Sociales de la UBA es Martín Becerra, graduado de la primera horneada de la carrera de Ciencias de la Comunicación y luego doctorado en España y convertido en uno de los especialistas en medios que tiene la Argentina. En la columna que reproducimos a continuación se mete con un tema caliente: Los medios audiovisuales públicos, las críticas del sector privado, los mitos y las realidades. Quien quiera leer, que lea. El que no, se lo pierde. De nada.

Aunque su artillería propagandística produce un alboroto que estorba la mirada serena, la gestión de los medios audiovisuales oficiales (Canal 7, Radio Nacional) introdujo novedades significativas en el panorama de medios en los últimos años. Sin reconocer esas  novedades la comprensión de un presente troquelado por política y medios resulta defectuosa.

Carente de política alternativa para los medios del Estado, el libreto de la oposición se reduce a la denuncia de su uso propagandístico por parte del gobierno. Denuncia que es torpe, por dos motivos:

El primero es que la historia de los medios gestionados por el Estado en la Argentina demuestra cabalmente que la adscripción gubernamental de emisoras como Radio Nacional desde 1937 (originalmente denominada Radio del Estado) y Canal 7 de tv desde 1951 son una invariante más allá del signo ideológico de quien gobierne el país. A escala local, en los distritos gobernados por la oposición, se reproduce la discrecionalidad en el mensaje de los medios provinciales o municipales.

Aunque lo comercial y lo gubernamental predominan en el escenario de la comunicación masiva, son en ambos casos modelos extremos: uno utilitarista, que justifica la existencia de los medios como negocios que requieren de un alto rating y programación sensacionalista, y el otro faccioso, que fundamenta su utilización de los medios estatales en provecho del mensaje de una parcialidad, y que impugna o mutila –según el caso- voces críticas.

El segundo motivo es que aún dentro de un registro intemperante con las ideas distintas, tanto Canal 7 como Radio Nacional vienen proponiendo programaciones originales, lograron por primera vez en su historia disputar segmentos de gran audiencia a los operadores comerciales (como el fútbol en tv o el espacio nocturno de Alejandro Dolina en AM Nacional), también de modo inédito están a la vanguardia de la renovación tecnológica a través de la digitalización de equipos y pantallas, producen o tercerizan la producción de ficción con un sólido discurso audiovisual (como en la telecomedia “Ciega a citas”) y rompieron el tabú de la omertá que regía de facto en el periodismo.

Si la histórica apropiación de los recursos públicos por parte del gobierno de turno (sea éste nacional, provincial o municipal, aunque existen excepciones) es considerada como invariante, lo que no significa su consentimiento, entonces corresponde revisar qué sucede con las variaciones que operan, novedosamente, en el dispositivo audiovisual del gobierno.

El común denominador de esas novedades es la superación del complejo de subsidiariedad con que el Estado gestionaba a sus medios, y que le impedía avanzar allí donde la televisión y la radio privada lo habían hecho. Nobleza obliga, fue Eduardo Duhalde en marzo de 2003 con su decreto PEN 1214 quien dio el puntapié para ello, modificando una cláusula de la vieja ley de radiodifusión de Videla (artículo 11 de la ley 22285) que prescribía ese rol subsidiario al Estado en la prestación de los servicios audiovisuales.

Precisamente porque los medios estatales actuaban con un rol subsidiario y habituados a su desprestigio, no representaban competencia ni molestia alguna al predominio que ejercieron (y ejercen) los medios comerciales privados. Hasta hace pocos años, en América Latina en general y en la Argentina en particular los medios oficiales no aspiraban a disputar audiencia ni a mejorar su desempeño.

Liberados de ese complejo, y acompañados por una gestión económica cuya sospechada opacidad también se inscribe en una antigua tradición, los medios gubernamentales pasaron a la ofensiva. En un notable artículo sobre el ciclo “6,7,8” publicado en RollingStone de julio de 2010, Esteban Schmidt apuntaba que “desde el prime time de la televisión pública, a la hora de las botineras, las tómbolas y la política recluida en el cable, 6,7,8 termina con un tabú de veinticinco años de democracia: que hablar en contra de la prensa desde tribunas relevantes es antidemocrático, cuando, lo más cierto de todo, es que la agenda de lo que se discute y se vota en las elecciones resulta siempre deformada por la operación de los medios de comunicación, a los que nadie elige para semejante maldad”.

Sin embargo, una programación que sacude pactos tácitos, transgrediendo sus contornos, y que a la vez incorpora el entretenimiento como cláusula clave del contrato con su audiencia, encuentra sus propias limitaciones en un estilo repetitivo y una convicción maniquea sobre la agenda pública. Ello, combinado con la persistencia de un discurso militante que degrada posiciones distintas a las del gobierno, afecta la credibilidad de los medios gestionados por el Estado socavando su carácter público y debilitando su eficacia comunicacional, excepto entre la minoría de alta intensidad que refuerza así su cohesión.

  
Quien pierde con la vacancia de medios públicos es la sociedad que no puede acceder por sí misma a la gestión de licencias audiovisuales. Cuando no hay medios públicos, el derecho a la palabra masiva, a la información plural, a contenidos diversos, son resignados en aras del aprovechamiento comercial o del uso oficialista de los medios de comunicación. La sociedad queda confinada así al imperio de los mensajes masivos emitidos con lógica puramente comercial o exclusivamente gubernamental.

  
En ambos casos, la sociedad es relegada a una posición clientelar: las ciudadanas y los ciudadanos son interpelados como clientes comerciales o como clientes políticos. Una de las consecuencias del uso gubernamental de los recursos públicos en comunicación es la subestimación de la capacidad intelectual de selección de la audiencia, que si contara en los medios públicos con voces que difieran del relato oficial podrían elaborar con mayor fundamento su propia perspectiva, en lugar de recibirla digerida por la edición sesgada. En el temor a incluir voces diferentes al mensaje oficial subyace la inseguridad para sostener las cualidades del propio mensaje si éste tuviera contraste.

Publicado en Revista El Estadista nº 30 (28/4 al 11/5/2011), pag. 25.

mayo 09, 2011

El negocio por encima de la ética y las leyes

En más de una ocasión hemos advertido desde Prensa, Etica y Periodismo sobre la tendencia de los periodistas a saltar por encima de las rutinas profesionales, de las normas legales y de las prescripciones de la ética con fines estrictamente comerciales o de competencia con otros medios. El viernes último Radio del Plata repitió durante todo el día, en su informativo que se emite cada media hora, una "información" sobre la violación de una niña de 17 años. No dijeron el nombre ni el apellido, pero mencionaron la parada de colectivo, la hora y algunos otros detalles. El hábito de los medios -escritos, radiales, televisivos e Internet- de jugar en las fronteras de la legalidad, no para cumplir un servicio a la población sino para estimular el morbo ciudadano y ganar algo de público, representa además una violación de los códigos éticos y de la responsabilidad de los periodistas.

La Argentina adhirió a la Convención Internacional por los Derechos del Niño mediante la Ley 23.849 de 1990 y además existen normas nacionales y provinciales que protegen en mayor o en menor medida la identidad de los niños, sean infractores de la Ley o víctimas de algún delito. A modo de burla y con un guiño al público para hacerlo cómplice, los periodistas y/o locutores que hacen informativos suelen brindar pistas para que el menos pueda ser identificado claramente, a pesar de que no se diga su nombre.

Un caso patético fue el de aquel menor víctima de un delito cuyo nombre en un canal de TV no dijeron, pero que quedó perfectamente identificado porque entrevistaron a la madre y en la puerta de su casa, por si alguna duda quedaba. Uno de los argumentos que utilizan los medios y sus periodistas a la hora de defenderse de las críticas por su actitud es que "el rol del periodista es buscar la verdad", desconociendo que la verdad es una construcción en la que el periodista tiene un rol decisivo y una responsabilidad indelegable.

Además de las violaciones legales en la que incurren los periodistas y/o sus medios al difundir directa o indirectamente los datos de un niño que haya participado de un delito, sea como presunto autor o como víctima, también violan los códigos deontológicos, se burlan de la ética periodística y de su responsabilidad como profesionales con un rol social.

La responsabilidad del periodista no termina en la construcción de una noticia ni en la búsqueda de elementos que le permitan construir un verosimil. También tienen que contemplar responsabilidades sociales que están considerados en casi todos los códigos de ética del mundo. Entre ellas, la de tomar en cuenta con mucho cuidado en qué forma un acontecimiento convertido en noticia puede afectar a los protagonistas del hecho y al propio público.

La competencia, el fin de lucro tomado por encima de cualquier otro objetivo empresarial, la necesidad de competir contra otros medios sin que importen las leyes o los códigos de ética llevan a que los medios y sus periodistas dañen tal vez para siempre la vida de menores que no pidieron ser marginados para terminar en el delito y que no pidieron ser víctimas de un delito. Es una irresponsabilidad que la sociedad debería sancionar con rigor. Pero, al parecer, estamos ocupados en otra cosa.