En septiembre de 2001 vino a la Argentina una de las tantas misiones del FMI con las que impone ajustes económicos a las clases populares y más concentración de la riqueza en los países de la periferia. Apenas tres meses después, el hambre, la desocupación, la miseria ejecutada por el entonces presidente Fernando de la Rúa -muchos de cuyos ministros y partidarios hoy forman parte del actual Gobierno- terminaron con la masacre de una treintena de personas. Finalmente el Presidente renunció y tuvo que huir de la Casa de Gobierno en un helicóptero.

La Argentina había pagado toda su deuda con el FMI para no tener que recibir más misiones fiscalizadoras. En lugar de políticas de transferencia de riquezas de abajo hacia arriba, impulsó el mercado interno y se estimularon la educación, la salud, la ciencia y la tecnología.
Con los ARSAT I y ARSAT II el país se convirtió en uno de los ocho miembros de un selecto grupo de naciones en condiciones tecnológicas de fabricar sus propios satélites de comunicaciones.
Nadie mejor que el propio Gobierno actual cuando dice qué es lo que recibió. No cuando lo dice a través de los medios de comunicación para el consumo de la población, sino cuando se dirige a los empresarios extranjeros para rogar por inversiones:
La Argentina "está en el primer puesto en el ranking de
Desarrollo Humano elaborado por Naciones Unidas para la región y que también
lidera el índice de educación entre los países vecinos (...) tiene la segunda
proporción más alta de clase media en relación a la población total, con el
índice de Gini más bajo de la región (...) y altos índices de conectividad, en
relación a la banda ancha y la telefonía celular".
Dos etapas de la historia reciente, dos ejemplares del mismo diario, dos fechas de un enorme valor simbólico. Un mismo país, un mismo empresariado, un mismo sector financiero, un mismo conglomerado exportador de productos agrícolas primarios, un mismo FMI.