Frases de cabecera

-"Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido." Malcolm X.

abril 26, 2013

Estudiantes de periodismo: Lo mejor y lo peor

La formación de los periodistas y el rol de las universidades frente a la tarea de los talleres e inclusive de los institutos terciarios no es un tema nuevo de preocupación para quienes tienen algo que ver con los medios masivos de comunicación. Se ha investigado mucho y no es poco lo que se ha escrito y publicado, pero nunca está de más volver sobre el tema. Aquí reproducimos parcialmente una nota de Ambito Financiero que tiene datos muy interesantes.

Pero, ¿para qué sirven las facultades de Comunicación? Hinde Pomeraniec, ex prosecretaria de redacción de la sección El Mundo en Clarín, cree que existe una confusión entre dos potenciales salidas laborales. "Una cosa es escribir en un diario y otra es estudiar para hacer análisis de medios, como hace (la panelista de "678") Mariana Moyano. Lo que La Plata está formando son cuadros, no profesionales", se lamenta. Sin embargo, Pomeraniec distingue entre la UNLP y la Universidad de Buenos Aires, "más independiente de la gestión y con otro perfil público".

Guido Braslavsky, profesor del taller de periodismo de la carrera de Comunicación de la UBA y cronista de Clarín desde 1997, se inscribe en esa línea. "Las universidades brindan una formación ideológica que va más allá de la mera práctica. En ese sentido, el 'periodismo militante' que alientan algunas facultades es una de las grandes vergüenzas de la profesión", dispara. También revela su estrategia frente a las nuevas camadas de futuros cronistas. "Como docente soy muy crítico con respecto a esta idea que hay dentro de la UBA respecto de los medios masivos. Yo quiero alumnos que salgan de la facultad y se sientan parte de esos medios, no que los critiquen desde afuera", dice. La UBA tiene otros problemas (por caso, su plan de estudios data de la década del ochenta), pero las fuentes consultadas coinciden en destacar la mayor autonomía relativa de esta casa de altos estudios, que en 2011 contaba con más de 15 mil estudiantes.

Desde el decanato de la Austral, Grillo encuentra otro problema: "A los chicos de periodismo les gustaría trabajar de lo que les gusta, pero cuesta. Tal vez no estemos consiguiendo tantas pasantías como quisiéramos, pero esta dificultad nace de la situación que están viviendo los medios". 
Fernando Ruiz, profesor de la materia Periodismo y Democracia en la Austral, cree que la mayor parte de sus estudiantes terminarán en publicidad, marketing o en una ONG. Sin embargo, dice, está bien que sea así, y argumenta su postura con un tiro por elevación a los terciarios. "No somos aquellas escuelas que sacan cien periodistas por año y que el mercado después no puede absorber", sostiene, mientras el comedor del campus de Pilar se llena de adolescentes. Sin embargo, los editores de los principales diarios nacionales tienen otra teoría.

Para sus pasantías en las secciones Política, Sociedad e Internacionales, Página/12 elige desde hace varios años entre estudiantes avanzados de la UBA (también trajo, durante un tiempo, a estudiantes de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora). El diario Clarín, que tiene su propio Máster de Periodismo junto a la Universidad de San Andrés, se lleva pocos egresados de la UDESA a su redacción (a quienes luego les paga, como pasantes, sueldos inferiores a lo que sale la cuota mensual del máster). Muchas de las incorporaciones de los últimos años, paradójicamente, provienen de la UBA o de la propia Universidad de La Plata.


Un editor de un diario insospechado de kirchnerista que hace tiempo está encargado de tomar pasantes o redactores define: "Lo que me interesa es un periodista crítico, que comprenda preocupaciones sociales, que vea venir la noticia. Debo decir que ello lo encuentro en las universidades públicas más que en las privadas. Lo digo sin preconceptos. Entre un ingresante politizado y uno que no está enterado de lo que pasa, prefiero al primero. Eso sí, fanáticos, abstenerse".


Alejandro Kaufman
, docente y ex director de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA, cree que el tema con los institutos privados de periodismo es que arman su oferta en torno a cuestiones prácticas, "algo que puede aprenderse rápidamente en una redacción". "La diferencia entre aquello y las universidades públicas es la profundidad conceptual, académica, que es, al fin de cuentas, lo que vale la pena obtener en la universidad". Kaufman va más allá de las propuestas de TEA, ETER o cualquier otro instituto dedicado a formar "cronistas prácticos" para el mercado y extiende su hipótesis a las carreras de las universidades privadas de Comunicación Social, como la Austral o San Andrés. "Y no es una cuestión de antigüedad, porque la carrera de Comunicación en la UBA también es relativamente nueva: es el espacio político y simbólico que permite formar alumnos de determinada manera. La UBA tiene un pluralismo que ninguna otra universidad puede reproducir, desde Alejandro Alfie hasta Eduardo Aliverti, pasando por gente de La Nación o Clarín. Otras universidades no pueden competir con este humus, esta sedimentación de capas de sentido". 
Decía Jesús Martín-Barbero: "Yo no puedo formar a un periodista neutro que sabe muy bien escribir un lead, que sabe responder a las viejas prácticas periodísticas. Aquí también necesitamos de los otros: de profesionales que tengan un mínimo de herramientas para poder ubicarse en esta sociedad y, que sin ser maniqueos, sepan realmente que hay intereses colectivos e intereses privados, que hay intereses en la guerra y hay intereses en la paz". Con la guerra, Martín-Barbero se refería a la delicada situación política de Colombia, pero la metáfora bien vale para el actual enfrentamiento entre el Gobierno nacional y los medios privados. Frente a este escenario, los editores parecen seguir apostando a las herramientas críticas que observan en los egresados de las universidades públicas. 


@fedebillie
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Carta de una delegada del diario La Nación



El mal clima, las amenazas, el "bullyng" mal disfrazado, la violencia simbólica, la falta de respeto, los conflictos estimulados desde arriba hacia abajo. Son muchas las cosas que pasan en cualquier empresa. En La Nación, por ejemplo. Acá una carta abierta de una delegada, que reproducimos sin tocarle una coma.


En el lugar donde trabajo hay miedo y desconfianza, pero también hay compañerismo y amistad. Es un caso raro, porque estos últimos nacen y se reproducen en medio de ese caldo que espesan a diario nuestros patrones y sus acólitos. El miedo viene mucho de ahí, del sexto piso, que es dónde sientan sus posaderas los directores, y también un poco del cuarto piso desde dónde se dirigen los recursos humanos y mucho, muchísimo, de una franja de boxes azules que da a Puerto Madero en el quinto piso. Allí están los jefazos de la palabra, los que tienen el poder de cambiar el sentido de las cosas poniendo títulos a su medida, y también titulando en nuestras cabezas: Cuidado con lo que haces. No participes de las asambleas. No discutas lo que la empresa te va imponiendo a su antojo y cagándose en las leyes que te protegen. No protestes, nosotros tenemos el poder de convertirte rápidamente en un paria. Tan simple como un telegrama de despido y poner tu nombre en una lista negrísima que nadie ve pero todos conocen, la lista de nunca más conseguirás un trabajo como este.

El miedo y el no te metás estuvieron siempre allí, sobre todo entre las máquinas de escribir que después devinieron computadoras. Es que por años los escribientes eran una extensión genética de los mismos patrones. Los demás se iban amoldando de distintas formas a esta familiaridad campera que recorría las oficinas, como si se tratase de una estancia, dónde el patroncito cuidaba que a la peonada no le fatara nada. Padre padrone a la argentina, con sonrisas y palmadas en la espalda y asados de la mejor carne una vez al mes para festejar los cumpleaños de la peonada grafico periodística.

En esas épocas los trabajadores que se reunían en asambleas multitudinarias eran los del plomo fundido, los de las máquinas impresoras, los otros, los trabajadores de la palabra, casi ni se asomaban y los de las cuentas, las finanzas y las ventas de avisos hacían encuentros mínimos que apenas si daban para expresar alguna desconformidad con timidez. En cambio los del plomo fundido y las máquinas impresoras, armaban unos toletoles para defender sus derechos y sus salarios que alcanzaban para derramar justicia sobre todos.

Así las cosas cada grupo tenía sus representantes, o sea sus comisiones internas. La de prensa se acostumbro a usar su ingenio para ablandar el corazón del padre padrone, a falta de masas buenas son las negociaciones en voz baja y por los pasillos. La de gráficos siempre se apoyo en la conducta de sus representados que iban a las asambleas aún en sus días francos o feriados. Para los gráficos la asamblea era -es- un lugar sagrado, un templo.

Se pueden odiar entre si pero en el colectivo son uno solo. Hubo ocasiones en que la lucha los encontró unidos, pero siempre eran los de overol los que ponían la fuerza y algunos de los otros, los de camisa arremangada, acompañaban como podían, a veces con más y otras con menos presencia.

Veníamos de años difíciles, de la dictadura, de la democracia niña en que los trabajadores empezaron a reconstruirse como sujetos de su propia historia. Se recuperaron espacios de lucha en todas partes, también en el edificio de Bouchard. Entonces, cuando todo empezaba, llegó el huracán de la flexibilización laboral y la perdida de derechos de hecho, ya que no en los papeles. El miedo entraba y salía como ráfagas enfurecidas de viento.

Primero el de los militares que se llevaron a cinco compañeros de prensa y el no te metas fué eln salvoconducto para preservar la vida. Después el vendaval de un nuevo miedo, el de quedarse del lado de afuera y pasar a ser parte de un ejército de desocupados con o sin título que engrosaba las estadísticas de ese nuevo terror impuesto a fuerza de no hay otra opción, no hay otra posibilidad, esto es lo único que se puede hacer.

Y entonces todo estalló y nosotros estábamos adentro, teníamos un refugio para ver pasar el tsunami sin casi mojarnos. Podíamos sacar la plata en cuentagotas, pero la plata estaba ahí, en nuestras cuentasueldo, todos los meses. Y después de a poco las aguas y los vientos se calmaron, los gobiernos dejaron de sucederse uno tras otro en cuestión de días u horas. Apenas nos atrevíamos a mirar por la ventana. Ahí afuera pasaba algo que no podíamos describir, atrincherados en nuestra seguridad no supimos ver lo que se venía.

Afuera la realidad cambiaba, adentro no. afuera la gente volvía a conseguir trabajo, en los barrios las casas de fachadas descascaradas durante años se pintaron otra vez de colores, igual que las caras de las personas que perdieron de a poco la grisura como retornando de las sombras a la luz.

Cuento todo esto para que vean de dónde venimos. Ese miedo que llegaba como ráfagas de viento, que se transformaba en otros miedos con el paso del tiempo y el cambio de circunstancias, se impuso sobre nuestra capacidad de pensar, tiño nuestras ideas con su no te pases de la raya, ojo, es hasta acá, no hagas lo que después... y así frases y frases que son como cadenas atándonos las manos y los pies, pero sobre todo las cabezas.

La estancia se reconvirtió en una usina de yuppis que engordaban al ritmo de la venta de centímetros de publicidad que aumentaban en la misma medida en que esos yuppis, al grito de ¡mio! ¡mio! ¡mio!, se apropiaban de los derechos consagrados en estatutos y convenios de trabajo. Y todo porque desde Wall Street les decían que todo era de ellos, nuestras vidas inclusive, y ellos veneraban (aun lo hacen) al gran dios del dinero.

Y ahí volvieron a asustarnos, haciéndonos creer que ese dios suyo mandaba por sobre todos nuestros dioses, y que ellos podían ponernos o sacarnos a su antojo, y que podían decidir como y cuando y de que forma debíamos hacer nuestro trabajo. Y cuando dijimos

No va más, nos dejaron volar por un tiempo y después nos cazaron en trampas para pájaros invisibles pero eficaces. Quienes debían defendernos no estuvieron allí para hacerlo, quienes debían organizarnos no estuvieron allí para hacerlo. El miedo se convirtió en nuestro consejero.

Ahora nada es como entonces, todos sabemos que el mundo cambia todo el tiempo, entonces nada es como entonces es un hecho, aunque nunca nos olvidemos de la historia de la que venimos, aunque prestemos atención a esa historia. El miedo no es un buen consejero, es respetable, pero no es un buen consejero. Cuando veo a alguien con miedo primero pienso que hay que respetar ese miedo, pero después pienso que hay que romper ese miedo, que es una caparazón que paraliza y que reproduce más miedo.

Estos son tiempos difíciles para nosotros, trabajamos en el corazón de la disputa política de este tiempo. Pero no somos la disputa. Por lo menos no lo somos la mayoría de nosotros. Sí somos trabajadores que quedamos atrapados ahí, entre los unos y los otros.

Unos novecientos trabajadores entre estas cuatro paredes, muchos más si abrimos las ventanas y sumamos los de allá, los de más allá. Dicen que unos tres mil y recién empezamos a contar...

Ahora nos toca salir a defender nuestros derechos otra vez. Les propongo que no escuchemos más el miedo, que no nos pongamos más frenos por el miedo, que apelemos a la creatividad y al compañerismo, y a la amistad que supimos construir aún en medio del miedo y del individualismo. Que nos multipliquemos desde la confianza. Que hablemos de todo lo que tengamos que hablar y no ocultemos más nada. Que hagamos un ejercicio superior del respeto por el otro y no caigamos en las tretas de la patronal que busca reducirnos a portadores de secretos inconfesables para que los demás nos huelan el secreto guardado en el aliento y se difunda entre nosotros la desconfianza. Es ahí donde ellos nos ganan, cuando dejamos de reconocernos entre nosotros y nos negamos las miradas y las voces. Hagamos de nuestro encuentro un templo, un santuario donde dirimamos nuestras distancias y construyamos cada vez mas cercanías.

Irene Haimovichi, trabajadora y delegada de prensa en diario la Nación
Buenos Aires, 25/04/2013


Tuits selectos del día



La Metropolitana no está polarizada. Trabajadores de Télam, Clarín, Telefé, 360, CN23, C5N, entre otros, fueron atacados en el Borda.
"Cualquier mediocre aficionado al ajedrez sabe que debe entregarse,a veces,un alfil.Para salvar a la reina" Contundente @CayetanoAsis
 
"Decía Trotsky que cuando un pequeño-burgués habla de moral hay que echar mano al bolsillo, porque la cartera está en peligro" J.Spilimbergo
En el Borda estaba Lázaro Baez con un palo. Lo desalojamos.
Nota de @fedebillie en @ViernesAmbito sobre el periodismo que se viene en las facultades de comunicación. http://bit.ly/12tvGyf  #fsoc

Despedido subeditor 2.0 de #Reuters x colaborar con #Anonymus http://ht.ly/ksB8O  vía @macalara => Vean http://ht.ly/ksBdf
Represión en el #Borda: Un fotógrafo de Clarín fue herido con una bala de goma
RT @lanacioncom: Todos los datos del #Censo 2001 y 2010 en una app de noticias de @LNdata. http://a.ln.c

abril 23, 2013

Manipulación de fotografías: Un debate vigente

 Reproducimos a continuación una de las opiniones de Javier Darío Restrepo sobre la manipulación de fotografías y la ética profesional. Es una respuesta del especialista en el consultorio de Etica que tiene en el consultorio del FNPI (Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano), que encabeza Gabriel García Márquez.
Pregunta: Se está discutiendo sobre la manipulación de las fotografías, por la publicación de un periódico que suprimió la imagen del alcalde de Santa Marta. ¿Es un asunto simplemente técnico, o tiene la ética algo qué decir? Además, se ha dicho, que así como hay libertad para decir, también debe haberla para no decir; por tanto, si el periódico no quiso publicar la imagen de una persona, nadie lo puede obligar. ¿O sí?

Luis C. de la Espriella
Estudiante
Barranquilla, Colombia

Respuesta: Los códigos de ética y los manuales de estilo coinciden en el rechazo a la manipulación de las fotografías.
Es tanto como manipular los datos de un hecho. El periodista sabe que esos datos se deben manejar con el respeto y precisión que merece todo lo humano. Si en los hechos convergen intereses, sueños, dolores, alegrías, odios o amores, y por eso deben ser respetados, en una imagen fotográfica, reflejo de los hechos, aparecen todos los visos de la realidad y, por tanto, los rostros de la verdad.
Al exigir que se los presente sin alteración, manuales y códigos tienen en cuenta el compromiso primordial del periodista con la verdad. El periodista sabe que es su deber, los lectores confían en el periodista en la medida en que creen que él no les dará informaciones alteradas. Es una confianza parecida a la del paciente que toma confiado sus medicinas bajo el supuesto de que la enfermera o el médico cumplen su compromiso de servir a la salud de los pacientes.

Los lectores saben que el compromiso del periodista es con la verdad y que contraría su misión con la sociedad si altera la verdad e impide el acceso de los lectores a la realidad de los hechos.
Alterar una fotografía con intereses políticos, o por intereses personales supone una deliberación maliciosa, no importa la técnica que se utilice.
No se puede alegar en favor de esa acción la libertad de informar o no informar porque nadie tiene libertad para mentir o mutilar la verdad; tampoco da justificación la real o supuesta mala conducta o gestión de la persona que es objeto de la manipulación fotográfica. La alteración de una fotografía en un medio que se debe a todos los lectores tiene una gravedad en nada comparable con el gesto despechado e infantil de las novias que destrozan las caras de sus enamorados infieles, en sus álbumes personales.
El hecho de que la eliminación se haga utilizando técnicas de Photoshop no solo es un símbolo. Es un acto de engaño público y un mensaje sobre los procedimientos políticos que, en vez del uso de las armas de la inteligencia y de la democracia, prefieren desaparecer al contendor. Nada justifica esa práctica.

abril 21, 2013

Trabajo y Sociedad de la Información



 Reproducimos a continuación un trabajo publicado en 1998 por la OIT, elaborado por  Adriana Rosenzvaig, entonces Secretaria General de la Federación Gráfica Latinoamericana. Es una lectura interesante para  ver qué se decía hace ya quince años acerca de la Sociedad de la Información y el futuro de los trabajadores inmateriales. “Para que la brecha que va generando la convergencia de los medios de comunicación múltiples no se torne un abismo es esencial conocer «qué puestos de trabajo podrían desaparecer, dónde se crearán nuevos puestos de trabajo y cuál sería la mejor forma de adaptación al cambio y de promover el crecimiento del empleo y elevar el nivel de vida”, dice.


«Las industrias basadas en los conocimientos, tales como las actuales industrias del espectáculo y de los medios de comunicación, estarán a la cabeza de las economías del futuro. Por esta razón, los cambios que se re g i s t r a n actualmente en ellas pueden ser una muestra de la evolución en el siglo XXI, pues nos indican qué significa vivir y trabajar, producir y c o n s u m i r, en la sociedad de la información.»

Está claro para todos nosotros que la información y su transformación por «trabajadores del conocimiento» serán las bases de la economía del próximo milenio. Pero, ¿qué trabajadores –y qué trabajadoras– accederán a una formación profesional que les permita estar a la altura de los requerimientos de las empresas? ¿Qué puestos de trabajo se crearán y dónde? ¿Cuáles serán los conocimientos más apropiados para insertarse en el mercado de trabajo? ¿Cómo podrá esta fuerza de trabajo fragmentada, sin ninguna identidad entre sí, defender sus intereses? y, consiguientemente, ¿podrán estos hombres y mujeres seguir identificándose en intereses comunes?

Pareciera que la mayor parte de estas preguntas deberían ser respondidas solamente por las organizaciones sindicales, ya que se vinculan, de hecho, con su capacidad de supervivencia como sujetos sociales relevantes.

Pero, si bien es cierto que los sindicatos debemos reflexionar –y de hecho lo estamos haciendo– sobre cómo debemos representar los intereses de nuestros miembros en una etapa señalada por los cambios, estas preguntas no sólo involucran a las organizaciones de los trabajadores.

Como bien lo dice el texto de la OIT, estamos haciendo preguntas sobre el futuro, sobre el trabajo, sobre la supervivencia de las relaciones solidarias, sobre la identidad colectiva, sobre un mañana que, como afirma el escritor mexicano Carlos Fuentes, nos permita creer que «el proceso puede seguir progresando».

La realidad que se nos presenta hoy, en el marco de un avance de las tecnologías de la
información que sólo está regulado por las necesidades del mercado, es que la concentración entre los distintos grupos de empresarios, y la consiguiente tercerización de gran parte de la producción, exhiben como una de sus consecuencias las cadenas productivas que tienen en su cima a trabajadores, que es la que, por ejemplo, produce los componentes de los ordenadores. Esta fuerza de trabajo está integrada mayoritariamente por mujeres, quienes laboran, las más de las veces, en pésimas condiciones, sin ningún tipo de protección y sin posibilidades de organizarse sindicalmente.

Pocos trabajadores –y menos trabajadoras aún– entre los que quedan en el punto más inclusivo de la pirámide: a medida que la pirámide se ensancha, peores empleos, malas remuneraciones, inseguridad, exclusión. En la base, las maquilas, en donde miles y miles de trabajadores, especialmente mujeres, trabajan por salarios de miseria, en larguísimas y penosas jornadas, sin protección de ningún tipo y sin posibilidades de organizarse para conseguir mejores condiciones de vida y de trabajo.

A lo largo de la cadena, teletrabajadores/as que desempeñan sus tareas en ubicaciones remotas, conectados a lugares centralizados de producción y comercio.

Toda la cadena está involucrada con el mismo producto y, por lo mismo, es preciso establecer prioridades legales y de negociación colectiva para todos los que son parte de la sociedad de la información, porque, de otro modo, la base de la pirámide se ensanchará cada vez más, implicando que inclusive los salarios y las condiciones de vida y de trabajo de quienes tienen mejor formación sean arrastrados hacia abajo.

Para que la brecha que va generando la convergencia de los medios de comunicación
múltiples no se torne un abismo es esencial conocer «qué puestos de trabajo podrían desaparecer, dónde se crearán nuevos puestos de trabajo y cuál sería la mejor forma de adaptación al cambio y de promover el crecimiento del empleo y elevar el nivel de vida».
[...] «El impacto social de la sociedad informativa debería ser objeto de un análisis crítico.

Deben establecerse las prioridades legales y de negociación colectiva para:
a ) proveer marco jurídico y normativo para proteger los derechos sociales y laborales de los teletrabajadores y de aquellos que trabajen en ubicaciones remotas conectadas a lugares centralizados de producción y comercio;
b ) asegurar que todos los empleados –a tiempo parcial, completo o de características atípicas– estén autorizados a beneficiarse de la legislación social nacional, europea e internacional;
c ) prever que las organizaciones sindicales representen los intereses de todos esos empleados, incluidos los que trabajen en ubicaciones remotas; y
d ) asegurar que los cambios de formación o de organización laboral se efectúen por medio de negociaciones con los correspondientes sindicatos y que exista un enfoque integrado de desarrollo de los programas de formación requeridos» .

Un proceso de alfabetización
Lo cierto es que la revolución informática está generando nuevas brechas, y tornando insalvables las que ya existían. En los hechos, implica un nuevo proceso de alfabetización: lo que aún no está claro es si la batalla por la redistribución será ganada por quienes sostenemos que la revolución tecnológica debe ser un bien universalmente distribuido, o si prevalecerá la lógica del lucro, profundizando la marginación y la exclusión, hasta niveles insospechados. Hasta hoy resulta innegable que el acceso a las tecnologías de la comunicación y la información es altamente desigual en las distintas regiones geográficas y los diferentes grupos sociales, tanto desde el punto de vista de su empleo como fuentes de información como desde el desarrollo de capacidades y habilidades para su utilización.

Es obvio que los países desarrollados se irán apropiando progresivamente de estos avances. Pero esta apropiación tampoco será igualitaria, inclusive dentro de las naciones más ricas, si la expansión de las redes de comunicación se hace con un enfoque solamente orientado hacia la libre competencia. Esto sólo llevará a una creciente exclusión de los estratos más vulnerables de la sociedad, a una creciente concentración de poder en la sociedad urbana metropolitana, a un progresivo aislamiento de la población en las distintas regiones y a un ensanchamiento creciente de la brecha entre ricos y pobres.

En este sentido, para que la convergencia multimedia resulte en un fortalecimiento de las sociedades democráticas, deberemos construir un amplio consenso social que sostenga la profunda interrelación entre el derecho a la información y a la comunicación, el derecho de acceso a la tecnología y a las infraestructuras en que se soportan, y el derecho a la educación, como bien colectivo.

Un nuevo paradigma
La tecnología de la comunicación y de la información, ya lo hemos mencionado, refleja el pensamiento y las prioridades de quienes la i n v e n t a ron y perfeccionaron. Por ende, sus consecuencias son, entre otras, una creciente concentración de los medios de comunicación, una cada vez mayor apropiación de la información y la cultura, un intento de imposición del «pensamiento único», una creciente eliminación de puestos de trabajo, junto con la creación de nuevos empleos bajo condiciones de explotación y desprotección extremas, una redefinición casi total del concepto de trabajo y de lugar de trabajo, lo que, entre otras cosas, implica la transferencia de empleos entre distintos países y distintas áreas, dentro de un mismo país, y la tercerización de diferentes áreas productivas. Pero también implica un soberbio desafío, para quienes debemos y podemos reformular un nuevo pacto social, destinado a la construcción de otro paradigma, en oposición al pensamiento único que se intenta imponer: «un paradigma participativo en lo político, inclusive en lo económico, pluralista en lo cultural, responsable en lo ecológico, solidario en lo ético y equitativo en lo social.»

La brecha de la convergencia lleva a la profundización de condiciones de exclusión e inequidad, que ponen en riesgo al propio futuro de la humanidad. Pero la convergencia también implica la construcción de puentes, si somos capaces de seguir confiando en la profunda racionalidad en la que se sustentan la solidaridad, la equidad y el pluralismo.