Reproducimos a
continuación un trabajo publicado en 1998 por la OIT, elaborado por Adriana Rosenzvaig, entonces Secretaria
General de la Federación Gráfica Latinoamericana. Es una lectura interesante
para ver qué se decía hace ya quince años
acerca de la Sociedad de la Información y el futuro de los trabajadores
inmateriales. “Para que la brecha que va generando la convergencia de los
medios de comunicación múltiples no se torne un abismo es esencial conocer «qué
puestos de trabajo podrían desaparecer, dónde se crearán nuevos puestos de trabajo
y cuál sería la mejor forma de adaptación al cambio y de promover el crecimiento
del empleo y elevar el nivel de vida”, dice.
«Las industrias basadas en los conocimientos, tales como las actuales industrias del espectáculo y de los medios de comunicación, estarán a la cabeza de las economías del futuro. Por esta razón, los cambios que se re g i s t r a n actualmente en ellas pueden ser una muestra de la evolución en el siglo XXI, pues nos indican qué significa vivir y trabajar, producir y c o n s u m i r, en la sociedad de la información.»
Está claro para todos nosotros que la información y su transformación por «trabajadores del conocimiento» serán las bases de la economía del próximo milenio. Pero, ¿qué trabajadores –y qué trabajadoras– accederán a una formación profesional que les permita estar a la altura de los requerimientos de las empresas? ¿Qué puestos de trabajo se crearán y dónde? ¿Cuáles serán los conocimientos más apropiados para insertarse en el mercado de trabajo? ¿Cómo podrá esta fuerza de trabajo fragmentada, sin ninguna identidad entre sí, defender sus intereses? y, consiguientemente, ¿podrán estos hombres y mujeres seguir identificándose en intereses comunes?
Pareciera que la mayor parte de estas preguntas deberían ser respondidas solamente por las organizaciones sindicales, ya que se vinculan, de hecho, con su capacidad de supervivencia como sujetos sociales relevantes.
Pero, si bien es cierto que los sindicatos debemos reflexionar
–y de hecho lo estamos haciendo– sobre cómo debemos representar los intereses de
nuestros miembros en una etapa señalada por los cambios, estas preguntas no sólo
involucran a las organizaciones de los trabajadores.
Como bien lo dice el texto de la OIT, estamos haciendo preguntas sobre el futuro, sobre el trabajo, sobre la supervivencia de las relaciones solidarias, sobre la identidad colectiva, sobre un mañana que, como afirma el escritor mexicano Carlos Fuentes, nos permita creer que «el proceso puede seguir progresando».
La realidad que se nos presenta hoy, en el marco de un avance de las tecnologías de la
información que sólo está regulado por las necesidades del
mercado, es que la concentración entre los distintos grupos de empresarios, y
la consiguiente tercerización de gran parte de la producción, exhiben como una
de sus consecuencias las cadenas productivas que tienen en su cima a
trabajadores, que es la que, por ejemplo, produce los componentes de los
ordenadores. Esta fuerza de trabajo está integrada mayoritariamente por
mujeres, quienes laboran, las más de las veces, en pésimas condiciones, sin
ningún tipo de protección y sin posibilidades de organizarse sindicalmente.
Pocos trabajadores –y menos trabajadoras aún– entre los que quedan en el punto más inclusivo de la pirámide: a medida que la pirámide se ensancha, peores empleos, malas remuneraciones, inseguridad, exclusión. En la base, las maquilas, en donde miles y miles de trabajadores, especialmente mujeres, trabajan por salarios de miseria, en larguísimas y penosas jornadas, sin protección de ningún tipo y sin posibilidades de organizarse para conseguir mejores condiciones de vida y de trabajo.
A lo largo de la cadena, teletrabajadores/as que desempeñan sus tareas en ubicaciones remotas, conectados a lugares centralizados de producción y comercio.
Toda la cadena está involucrada con el mismo producto y, por lo mismo, es preciso establecer prioridades legales y de negociación colectiva para todos los que son parte de la sociedad de la información, porque, de otro modo, la base de la pirámide se ensanchará cada vez más, implicando que inclusive los salarios y las condiciones de vida y de trabajo de quienes tienen mejor formación sean arrastrados hacia abajo.
Para que la brecha que va generando la convergencia de los medios de comunicación
múltiples no se torne un abismo es esencial conocer «qué
puestos de trabajo podrían desaparecer, dónde se crearán nuevos puestos de trabajo
y cuál sería la mejor forma de adaptación al cambio y de promover el crecimiento
del empleo y elevar el nivel de vida».
[...] «El impacto social de la sociedad informativa debería
ser objeto de un análisis crítico.
Deben establecerse las prioridades legales y de negociación colectiva para:
a ) proveer marco jurídico y normativo para proteger los derechos sociales y laborales de los teletrabajadores y de aquellos que trabajen en ubicaciones remotas conectadas a lugares centralizados de producción y comercio;
b ) asegurar que todos los empleados –a tiempo parcial, completo o de características atípicas– estén autorizados a beneficiarse de la legislación social nacional, europea e internacional;
c ) prever que las organizaciones sindicales representen los intereses de todos esos empleados, incluidos los que trabajen en ubicaciones remotas; y
d ) asegurar que los cambios de formación o de organización laboral se efectúen por medio de negociaciones con los correspondientes sindicatos y que exista un enfoque integrado de desarrollo de los programas de formación requeridos» .
Un proceso de alfabetización
Lo cierto es que la revolución informática está generando
nuevas brechas, y tornando insalvables las que ya existían. En los hechos, implica
un nuevo proceso de alfabetización: lo que aún no está claro es si la batalla
por la redistribución será ganada por quienes sostenemos que la revolución
tecnológica debe ser un bien universalmente distribuido, o si prevalecerá la
lógica del lucro, profundizando la marginación y la exclusión, hasta niveles insospechados.
Hasta hoy resulta innegable que el acceso a las tecnologías de la comunicación y
la información es altamente desigual en las distintas regiones geográficas y
los diferentes grupos sociales, tanto desde el punto de vista de su empleo como
fuentes de información como desde el desarrollo de capacidades y habilidades
para su utilización.
Es obvio que los países desarrollados se irán apropiando progresivamente de estos avances. Pero esta apropiación tampoco será igualitaria, inclusive dentro de las naciones más ricas, si la expansión de las redes de comunicación se hace con un enfoque solamente orientado hacia la libre competencia. Esto sólo llevará a una creciente exclusión de los estratos más vulnerables de la sociedad, a una creciente concentración de poder en la sociedad urbana metropolitana, a un progresivo aislamiento de la población en las distintas regiones y a un ensanchamiento creciente de la brecha entre ricos y pobres.
En este sentido, para que la convergencia multimedia resulte
en un fortalecimiento de las sociedades democráticas, deberemos construir un
amplio consenso social que sostenga la profunda interrelación entre el derecho
a la información y a la comunicación, el derecho de acceso a la tecnología y a
las infraestructuras en que se soportan, y el derecho a la educación, como bien
colectivo.
Un nuevo paradigma
La tecnología de la comunicación y de la información, ya lo
hemos mencionado, refleja el pensamiento y las prioridades de quienes la i n v
e n t a ron y perfeccionaron. Por ende, sus consecuencias son, entre otras, una
creciente concentración de los medios de comunicación, una cada vez mayor
apropiación de la información y la cultura, un intento de imposición del
«pensamiento único», una creciente eliminación de puestos de trabajo, junto con
la creación de nuevos empleos bajo condiciones de explotación y desprotección
extremas, una redefinición casi total del concepto de trabajo y de lugar de
trabajo, lo que, entre otras cosas, implica la transferencia de empleos entre
distintos países y distintas áreas, dentro de un mismo país, y la tercerización
de diferentes áreas productivas. Pero también implica un soberbio desafío, para
quienes debemos y podemos reformular un nuevo pacto social, destinado a la
construcción de otro paradigma, en oposición al pensamiento único que se intenta
imponer: «un paradigma participativo en lo político, inclusive en lo
económico, pluralista en lo cultural, responsable en lo ecológico, solidario en
lo ético y equitativo en lo social.»
La brecha de la convergencia lleva a la profundización de condiciones de exclusión e inequidad, que ponen en riesgo al propio futuro de la humanidad. Pero la convergencia también implica la construcción de puentes, si somos capaces de seguir confiando en la profunda racionalidad en la que se sustentan la solidaridad, la equidad y el pluralismo.
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