Frases de cabecera

-"Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido." Malcolm X.

junio 08, 2009

Periodismo en casa y a los gritos


Hace un año y un día, el 7 de junio de 2008, se me ocurrió escribir una entrada en Prensa y Etica para reflexionar acerca de la situación de los periodistas en la Argentina. Ayer domingo 7 de junio de 2009, otra vez el día del periodista, mis escasas luces estaban apagadas, dado que la lectura de brulotes, operaciones de prensa, manijas prenseras, columnas de amigovios del poder -del poder en serio- entrevistas repetidas a personajes repetidos que se destacan por sus ideas podadas y sus billeteras frondosas, me habían dejado agotado. Hay que considerar que uno tiene, como máximo, un par de neuronas no siempre bien conectadas, de manera que todo no se puede hacer.

El año próximo el día del periodista caerá un lunes, pero no quiero reiterar errores, así que por las dudas trataré de imaginar la columna que haré para celebrar la fecha, evitando manchar el apellido que un científico prestigioso dejó plasmado en un algoritmo utilizado en matemáticas para, entre otras cosas, hacer proyecciones (Levenberg-Marquardt). Supongo que con el matemático no compartimos gen alguno, pero al menos trataré de no hacer pronósticos demasiado caprichosos, como para hacer honor al tocayo.

Primero, el contexto: Uno quiere creer en el valor de la palabra de periodistas prestigiosos que opinan por la suya –por la del medio para el cual trabajan o del anunciante que les permite tener su programa radial o televisivo- o bien consultan a economistas, encuestadores, políticos y analistas todo terreno. Por eso, habrá que creerles. Si todos los pronósticos que uno lee en los diarios, escucha en los programas radiales y televisivos, blogs, Facebook y hasta en los mensajes del Messenger se cumplen en un porcentaje más o menos aceptable, en 2010 el día del periodista encontrará a la Argentina en bancarrota, a los argentinos en plena guerra civil y a un grupo de distinguidos colegas en plena preparación de la celebración del primer aniversario de la derrota electoral del oficialismo nacional. No será el mejor clima para recordar a Mariano Moreno ni para festejar el día del periodista, pero uno hace lo que puede y lo seguirá haciendo:

"Este año celebramos el día del periodista en un contexto económico, político y social que recuerda al Apocalipsis, al de la Biblia, no al de Lilita. Con un país aislado del mundo, con el Banco Central vaciado por la política oficial de repartir dólares para evitar la catástrofe -que, de todos modos, llegó-, con una economía que llora la ausencia de los analistas de Lehman Brothers y con un aparato productivo agotado por la falta de mercados externos y la debilidad del mercado interno, la situación de los periodistas no ha variado demasiado.

El anteproyecto de Ley de Comunicación Audiovisual sigue a la espera de un impulso definitivo. Luego de los largos debates que se hicieron en todo el país y de los cuales los diarios, revistas, radios y canales de televisión todavía no se enteraron, el Gobierno decidió mantenerlo en su carácter de anteproyecto, dado que, a juzgar por las opiniones que se pueden leer, ver y escuchar, le alcanza para colocar una mordaza a los medios.

Como se sabe, el Estatuto del Periodista sigue vigente pero por razones que ya hemos explicado hace un par de años, el porcentaje de trabajadores de prensa que son empleados de los medios de comunicación varió poco o nada y sigue siendo mucho menor que el de los periodistas autónomos, proveedores de contenidos a destajo –los “auto explotados”, como se los ha denominado- o procesadores de información elaborada por sus anunciantes. Al parecer, el Estatuto que tanto ha preocupado a los próceres de la libertad de expresión –como el dueño de la editorial Perfil, don Jorge Fontevecchia- no logró en sus décadas de vigencia, evitar que las empresas descargaran sus costos hacia los domicilios de los periodistas, que ahorraran problemas con paros y medidas de fuerza gracias a la descentralización de sus “proveedores” y que, objetivamente, el nivel de precarización de los periodistas fuera superior al promedio del resto de los trabajadores.

Como todos los años, trabajar en periodismo ya no implica estudiar, leer, estar informado, tener fuentes diversas y aplicar responsablemente las rutinas profesionales. Alcanza con tener una computadora y una conexión de Internet en casa, pagar los impuestos, tener un registro de monotributista y trabajar 24 horas diarias, siempre a disposición de generosos empresarios que 23 veces al año les permiten escribir o figurar. Todos ellos, además, están muy agradecidos porque pueden dormir cuatro o cinco horas diarias, pero no tienen que ir a una redacción.

El ejercicio del periodismo admite otras variantes mejor pagas, pero no por ello menos sacrificadas. La más habitual es conseguir unos buenos anunciantes –a veces abiertos, en otros casos prudentemente ocultos- para pagar un espacio en radio o en TV. No es complicado, si el profesional tiene los contactos necesarios y los escrúpulos en baja. A lo sumo, tendrá que defender con entusiasmo la santidad de algún producto medicinal, alguna sustancia utilizada para fumigar cultivos o una campaña de rumores.

Es el camino que año a año unos cuantos profesionales eligen, hasta el punto que se consolidó la presencia diaria de colegas con antecedentes “progre”, que alguna vez hasta defendieron los derechos humanos o denunciaron como corruptos o corruptores a los mismos que ahora defienden. Naturalmente, no se trata de un sector homogéneo. En muchos casos parece tratarse de colegas con un espíritu de sacrificio encomiable, que los llevó a dejar amigos y vecinos para internarse en Nordelta y otros barrios privados del gran Buenos Aires, seguramente para investigar los orígenes dudosos de algunas fortunas.

Mientras tanto, la vida de los periodistas fue afectada como siempre y tal vez más que nunca por la conjugación del celo del Ministerio de Trabajo y de los gremios. La “cartera laboral”, como la mencionan algunos colegas, trató de mantener la coherencia histórica y continuó empujando a los trabajadores de prensa al borde del precipicio: O saltan al vacío del juicio laboral para hacerse de unos pesos con los cuales aguantar un tiempo más, o se dan vuelta, si los dejan y aceptan la violación del Estatuto del Periodista.

Los gremios continuaron escribiendo prolijos análisis de la realidad de la profesión y pusieron su foco en la lucha por la defensa de los periodistas asalariados. Hubo aumentos salariales en todas las empresas, gracias a una lucha que pocos hoy se atreverían a cuestionar. Faltaría que se enteraran los miles de “colaboradores” cuyos ingresos no varían y hasta algunas veces pueden llegar a bajar. Como siempre –y con total justicia- los gremios reivindicaron los aumentos salariales y trataron infructuosamente de conseguir algo para los “colaboradores”.

A su vez, las oposiciones de izquierda testimonial cuestionaron a las conducciones gremiales por no haber conseguido mayores aumentos de sueldo y de paso cuestionaron medidas demagógicas como la de permitir a los periodistas precarizados que se afilien a su gremio y que usen la obra social.

Finalmente, también se consolidó durante este año la tendencia a precarizar a los periodistas y, en muchos casos, de reemplazar a costosos profesionales caducos y vejetes de 35 o 40 años por lúcidos niños de 19, listos para hacer sus primeras letras editando una página o una sección. Los despidos hormiga –perdón por la analogía con el contrabando- que viene haciendo el diario La Nación, bien valen como ejemplo. Gracias a la lucha gremial, cuando los despidos hormiga pretendieron convertirse en elefante, fueron frenados.

En suma, durante este año pasó lo de siempre: Muchos periodistas asalariados dependieron de las luchas gremiales para lograr un aumento en sus ingresos y fortalecer su estabilidad laboral. Otros tuvieron que esperar que alguna de las empresas para las cuales trabajan a destajo les aumentara los ingresos –algunas lo hicieron, hay que admitirlo- y que, además, les permitieran seguir trabajando, lo cual ya es mucho. Hemos llegado a otro día del periodista. Festejemos, que el año que viene será 2011 y uno nunca sabe dónde estará."

junio 01, 2009

General Motors y el socialismo


Busqué en Clarín, pero no decía nada. Tal vez en La Nación, que siempre se preocupa por la autonomía del país, pero ni siquiera Joaquín Morales Solá se refería al tema. Puede que Alfredo Leuco en alguna de sus columnas en Perfil haya abordado el asunto, pero tampoco. Desesperanzado, traté de ver si en Crítica, a pesar de sus periodistas pero a favor de sus dueños aparecía alguna mención, alguna advertencia, un pequeño llamado a la conciencia de los argentinos. Nada, tampoco ellos.
Tomé una dosis extra de antiemético –no recuerdo si era Reliverán o algún genérico- y escuché el programa de Nelson Castro, con la esperanza de que entre reportaje y reportaje a Carrió, el jujeño Morales o el rabino Bergman, hablara del asunto, nos alertara. Pero, otra vez, nada. Por la mañana ya había resistido las náuseas mientras Magdalena hacía la promoción sojera –entre otras marcas y propagandas que suele mencionar al aire- con la esperanza de que ella si, mujer valiente y del palo, algo iba a decir. Nada, otra vez nada. Creí que tal vez Chiche Gelblung, con su habitual mordacidad y su poco cuidado por las formas iba a tomar el tema. Nuevamente, la frustración. Lo mismo me ocurrió cuando intenté averiguar qué pensaban los periodistas “progres”, porque, pensé, de todos modos el negocio no afecta a su sustento básico, el glifosato y la soja. Pero nada, tampoco se jugaron, ninguno hizo la denuncia.
Finalmente tomé la decisión y, desde este humilde blog resolví dar testimonio de un agravio que todos los medios han acallado pero que sin dudas está amenazando a la democracia y a toda la humanidad.
Vayamos a la mera descripción de los hechos: Primero el gobierno de George Bush dejó caer a la poderosa Lehman Brothers, cuyos economistas venían haciendo profundos análisis sobre los mercados del mundo. Luego estatizaron varios bancos y empresas, para lo cual destinaron cientos de miles de millones de dólares de los contribuyentes estadounidenses. La ola de estatizaciones avanzó hacia Europa, donde no sólo los gobiernos socialdemócratas sino hasta los más confiables, como el de Silvio Berlusconi en Italia o de Nicolás Zarkosi en Francia recurrieron a las inversiones estatales en más de un banco o empresa.
La ola estatista no cesó. Cuando el Citibank cayó en desgracia, otra vez el Estado de los Estados Unidos, ya bajo el gobierno de dudoso origen democrático de Barack Obama, puso todos los millones de dólares que hicieron falta para convertirlo en una especie de banco-soviet. ¡Qué horror!, nada menos que el Citi, después de todo el esfuerzo desinteresado que hicieron los medios y los economistas argentinos para que se les pagara la deuda.
Pero si algo faltaba para llegar al pico de la ola estatista-autoritaria-socialistoide del gobierno de Obama, ahora busca salvar la caída de General Motors, otra vez mediante una estatización.
Como ninguno de nuestros prohombres ni promujeres del periodismo argentino, herederos del cuño de otros próceres, como Bernardo Neustadt o Mariano Grondona, se atrevió a denunciarlo, vamos a hacerlo aquí: El socialismo chavista se apoderó de los Estados Unidos. El mundo, comenzando por la Argentina, está en peligro. Hagamos algo, antes de que sea tarde.
Después no digan que no les avisé.

mayo 24, 2009

La Censura no Existe


Cuando a comienzos de los 80 un tal Juan Carlos Baglietto apareció en el escenario de un recital colectivo de MúsicaSiempre, en el club Boca Juniors, casi nadie lo conocía. Su aparición fue con una pequeña canción, de apenas un minuto y medio: "La Censura no existe". Por aquellos tiempos, la censura representaba a la dictadura y el "no existe" era una ironía sobre lo que se puede comunicar con el sólo hecho de ir eliminando una palabra de una frase. Una a una.
Pasaron los años y la dictadura no existe, pero la censura si. Durante 25 años de democracia hubo docenas de intentos por terminar con el decreto-Ley de Radiodifusión. En vano fueron las propuestas para elaborar y votar una nueva Ley, esta vez de la democracia y que contemplara el derecho a la información y a la expresión de todos los ciudadanos, no sólo de aquellos que se hicieron dueños de los medios. Durante 25 años todos los proyectos fueron guardados en el cajón de los recuerdos, no sin una dura presión -censura, que le dicen- por parte de los intereses económicos que se fueron apoderando de los medios.
Hoy, cuando un gobierno presenta un anteproyecto de Ley de Servicios Audiovisuales, la censura nuevamente no existe, apelando a la ironía de aquel tema de Baglietto. Desde que se hizo el anuncio oficial, allá por marzo último, se hicieron en todo el país una veintena de debates abiertos en los que participaron comunicadores, legisladores, políticos, empresarios, organizaciones populares y académicos de las más diversas tendencias. Cada uno hizo su aporte y formuló sus críticas. De todo lo que en los foros se habló, nadie reflejó una línea, nadie publicó una foto, reprodujo una declaración o emitió un video.
El más grave de los hechos que muestran hasta dónde llega esta censura que, naturalmente, no existe, es el debate sobre el anteproyecto que se realizó en el rectorado de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Allí no sólo participaron académicos y políticos de un amplio espectro ideológico, sino también los representantes de las cámaras empresarias del sector. Estuvieron los más poderosos, como ADEPA y ATVC, entre otros. Pero la censura, que no existe, fue tan cerrada que ni siquiera en un caso semejante, como un debate en el que participan sus máximos representantes, los medios quisieron hablar del tema. Toda declaración fue censurada, toda opinión fue ocultada, el hecho mismo fue ignorado como si nunca hubiera existido.
Lo más lamentable, es que ya no es una dictadura ni un Estado los que censuran. Ahora es la sociedad civil o, peor aún, los medios de comunicación que la sociedad ha concedido a grupos empresarios para que ellos mismos la censuren. Es triste, pero en la Argentina del siglo XXI -perdón por la cursilería- la censura no existe, la censura no, la censura.

mayo 16, 2009

Del humor político a la payasada sin humor

Hoy me desperté y una de los primeros textos que leí fue el de Eduardo Fabregat en Página 12. Me conmovió, porque fue el primer comentario que encontré acerca de la maniobra marketinera de los medios para dar nueva vida al multimillonario Tinelli. Lo publico aquí, porque expresa una visión sobre el humor político que comparto desde la primera y hasta la última letra. Inclusive cuando sin mencionarlo habla del presunto humorista Nik, otro mito armado por La Nación y unos cuantos periodistas que lo entrevistan para elevarlo a una categoría que no merece. Recuerdo las broncas de grandes humoristas cuando comparaban sus propios chistes y caricaturas con las que Nik publicaba a veces un año después, con pequeñas modificaciones. "Esto es un plagio", decían. Nunca le hicieron juicio, por temor a que los grandes medios aprovecharan para reforzar el personaje. Aquí va el texto de Fabregat, que lo disfruten:

Sábado, 16 de Mayo de 2009

OPINION

No va Sinatra

Por Eduardo Fabregat

(Para Nasha, por esas noches
frente a la tele)

La escena se produce durante una reunión de ejecutivos publicitarios: el director creativo presenta el acto magno de la presentación del producto, una superproducción que hará empalidecer a Hollywood, que involucra cientos de extras y recursos técnicos de toda clase, maquinaria, brillos, luces y lujos. El megalanzamiento concluirá en un gran estadio, el Madison Square Garden o quizás el Maracaná de Río de Janeiro, el Monumental de Buenos Aires o el Centenario de Montevideo. Allí estará reunida la alegre multitud, salpicada de estrellas, borracha de flashes: en el momento de máxima expectativa, cuenta el ejecutivo, los reflectores apuntarán al cielo, donde se recortará la figura de un helicóptero del cual descenderá, directo al escenario y entre papelitos y ovaciones, Frank Sinatra. Hay exclamaciones de admiración, felicitaciones, palmadas en la espalda, reverencias a la genialidad, el golpe propagandístico del siglo. Entonces suena el teléfono. El director creativo atiende, escucha unos segundos, balbucea “pero si... y entonces... bueno, bueno”. Cuelga. Mira a los presentes y anuncia:

–No va Sinatra.

De a poco, Ricardo Espalter, Enrique Almada, Raymundo Soto, Andrés Redondo, Eduardo D’Angelo, Julio Frade, Heber Hugo Carámbula, van abandonando la oficina con gesto adusto, los hombros caídos, descorazonados.

Nunca tuvieron un nombre de grupo. Los habían convocado unos productores llamados Los Lobizones, y en cada encarnación televisiva fueron variando el título del programa. Por eso fueron, de una vez y para siempre, Los Uruguayos. A comienzos de los ’60 y con el auspicio de Ancap –esa marca que en la República Oriental define tanto una nafta como una caña, que a veces queman igual–, el grupo apareció en la pantalla chica con Telecataplum, instalando una forma de humor inédita, amiga del juego de palabras, la pantomima y la sátira, capaz de presentar humor musical como el “Concherto para sopa y orquesta” antes de Les Luthiers, mucho antes de Ese amigo de Vinazi. Cruzaron el charco en 1962 para debutar en Canal 13, y pasaron por todas las emisoras argentinas: fueron Jaujarana, Hupumorpo, Comicolor, Archihumor, Hiperhumor. Cambiaban los nombres, pero los personajes se instalaron. Si Alberto Olmedo y Javier Portales construyeron una dupla inolvidable con Borges y Alvarez, El Profesor de Almada y el Toto Paniagua de Espalter dieron vida a uno de los sketches más efectivos en la historia del humor televisivo. Espalter, el millonario sin cultura alguna, piloteaba como podía las equívocas indicaciones sobre modales del Profesor, que salpicaba su verba de términos enrevesados, “No hay caso: el que nace para pito nunca llega a ser corneta”, cerraba Quique, que no solo era un gran comediante, sino también –como Frade– un pianista de excepción.

Ese “humor blanco” fue la usina creativa de la que salieron El hombre del doblaje, la rutina del teléfono público y las Noches Cultas del gran Raymundo Soto (que saludaba con “Queridos teleexpectorantes...”), sucedido tras su muerte por Redondo con las Veladas Paquetas de Creppe Georgette. En los ’80, el Zar Romay apeló al recurso más viejo del mundo para elevar el rating, y así Hiperhumor ya no solo fue “La Disquería”, “La Farmacia” o las rimas truncadas del payador Gabino, sino también el desfile de chicas en paños menores y la aparición de Amalia “Yuyito” González y Noemí Alan prometiendo sacarse la tanguita después de la tanda. El talento de los tipos seguía brillando, D’Angelo sacaba voces imposibles, Espalter provocaba hilaridad con un solo guiño de su cara pícara, pero ya no era exactamente lo mismo. Las vedettes eran una decoración que nada tenía que ver con las integrantes originales del grupo, capocómicas del fuste de Katia Iaros, Henny Trayles y Gabriela Acher.

Acher, linda y talentosa, llegaría a tener su propio programa, aquí y en España. Y no sólo fue solista y parte de Los Uruguayos, también pudo darse el lujo de cruzar líneas con otro grande. Un tipo de frac, peluca, gafas y cigarro que hoy se extraña como nunca.

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“Ser candidato oficialista en este momento es más difícil que jugar al pato en el living de la casa” (Tato Bores, mayo de 1989.)

Alcanza con tipiar “Tato Bores” en Google para encontrarse con un vasto archivo audiovisual que da una adecuada idea de su estatura, inversamente proporcional a su físico. Mauricio Borensztein no sólo fue un gran humorista: fue un tipo de enorme inteligencia, fino, bien rodeado por libretistas que interpretaban cabalmente su personaje, capaz de destilar una ironía para el humor político hoy desaparecida de la tele. Un tipo vigente, como demuestra la frase de acá arriba, la definición de 1988 de que “ser peronista en Capital es un oficio más sufrido que ser almirante en Bolivia” o la reflexión sobre el “ingreso al Primer Mundo” pregonado por Carlos Saúl I: “No tiene sentido cortarse una pierna para venderla y después comprarse un zapato”.

En el primer programa de Tato de América, emitido en 1992 por Canal 13, Los Prepu lo fumigaban para protegerlo de los mosquitos del cólera: ver esa escena hoy conduce nuevamente a la sensación de la Argentina como país cíclico, repetitivo. A fines de 1989 “celebraba” que con ese gobierno “los liberales manejan la economía como siempre, pero más de frente”, hablaba de un tema candente (“Entré a la Rural y me encontré con mi gran amigo Alchourron y me dice: ‘Tato, cómo no voy a estar contento, sacaron las retenciones, el gobierno peronista ya no nos llama más oligarcas y además ahora formamos parte de la revolución productiva’”), patinaba por el estudio y monologaba y hasta en los cuadros musicales con Camila Perissé había letras cargadas de entrelíneas. “Ahora ya no se acuerda más nadie de los saqueos a los supermercados o del desabastecimiento”, dijo en su último monólogo de ese año. “Y ojo que eso es peligroso porque acá parece que todos nos olvidamos rápidamente, y las cosas que se olvidan rápidamente hacen que uno rápidamente vuelva a meter la pata. No sé si me explico.”

Tato se explicaba. Tato resiste cualquier archivo: cuando se lo ve “hablando por teléfono” con Videla en 1980, su “My dear Mr. Président!” sólo puede ser malinterpretado por alguien con aviesas intenciones, que quiera ver colaboracionismo allí donde hay pura sorna. Tato se entusiasma al escuchar que Videla planea dejar el poder, pero cuando dice “ah, no vamos a elegir nosotros, a su sucesor lo van a elegir ustedes... ¡está bien, si a nosotros nos duran tan poquito!”, su mirada a cámara es un compendio de intención, una interpelación al argentino medio, una patada en los huevos además de una cosquilla para la risa.

Hoy en la tevé hay un animador que hace “gran espectáculo” de poner siliconas a patinar sobre hielo –esa maniobra tan Romay–, explotar a unos pibes en un concurso de baile o festejarle a un boxeador la ocurrencia de pegarle a las mujeres. En Gran Cuñado, Marcelo Tinelli hace desfilar a una troupe de imitadores de figurones políticos: sólo la pobreza creativa actual hace que ese mero recurso sea festejado por algunos como “el regreso del humor político a la TV”, que un diario afirme que “el Gobierno hizo todo para evitar que se hiciera Gran Cuñado”, que los one liners de un dibujante al que el 90 por ciento de sus colegas señalan como plagiario recurrente sean considerados la reencarnación del texto de César Bruto, Aldo Cammarota, Santiago Varela, Rudy/Paz y demás libretistas de Tato. El que nace para pito nunca llega a ser corneta.

La gran diferencia es que a Tato Bores le dolía de verdad el país, quería hacerlo reír pero también buscaba mejorar a la raza política, tirarle de las orejas, operar como una humilde voz de la conciencia para el político y el ciudadano común: pedir la neurona atenta. En el mundo tinellista todo eso se traduce en una visión pragmática, utilitarista, pescadora de rating: reírse por reírse nomás, doblado en dos y abrazado al micrófono, apelando a caricaturas metidas en el símil de un reality idiota para hacer unos mangos con el voto telefónico (voto además contaminado por los “vivo” que no son “vivo”), con la vieja y conocida actitud de compartir con la tribuna de comicastros el espíritu de “mirá al goma que votó no positivo, el goma que odia a la puta oligarquía, el que fue presidente y vive perdido, el goma que le arregla el pelo a la presidenta”.

“De la indignación me tiembla la peluca, porque este país alguna vez tiene que ser un país en serio, y ese alguna vez tiene que ser esta vez, y mañana, y mañana, y mañana, y good show”, supo decir Tato. Usar la risa como método de reflexión es una posible herramienta para buscar la seriedad, pero –a revisar YouTube otra vez– esa herramienta comenzó a oxidarse el 11 de enero de 1996, cuando la peluca indignada se quedó sola para siempre. Hoy abundan los brillos, las superproducciones, los papelitos, las luces y lujos, la carcajada fácil, los flashes y las ovaciones. Y de pronto suena el teléfono, y nos despierta a la dura realidad.

No va Sinatra.

efabregat@pagina12.com.ar