El sábado, cuando todavía se sacaban cuentas del número de asistentes y del impacto del discurso de Hugo Moyano en la movilización de la CGT, murió a los 99 años Ernesto Sabato, escritor discutido, venerado, rechazado. Cuando las charlas de café y las informaciones sobre el ex presidente de la CONADEP todavía estaban calientes en los medios, justo sobre el filo de la hora 24, la información sobre el asesinato de Osama Bin Laden, anunciado oficialmente por Barak Obama irrumpió en los medios locales. Fue apenas cuatro días antes de que Alfredo Yabrán comenzara, en 1998, a planear el suicidio que concretaría 15 días después. Si tomamos un fin de semana anglosajón, diremos que hoy lunes salieron por primera vez dos medios nuevos, o dos versiones segmentadas de dos medios preexistentes: Muy, de Clarín y Libre, de Perfil.
Podríamos haber recurrido a un lugar común que es robar el título a algún escritor, a algún músico o a ambos y llamar al texto presente “crónica de un fin de semana agitado”, pero a veces los nombres dicen más que los títulos ingeniosos. Comencemos por el final. Un periodista radial entrevistaba el domingo a Darío Gallo, director de Libre, el diario que la editorial Perfil lanzó a partir de hoy para competir en un segmento en el que el Diario Popular viene mandando casi solo, apenas con la competencia de Crónica. El director del diario nuevo hacía una sensata descripción del proyecto, pero su entrevistador cerró la charla con una frase a la que calificaremos de “confusa”, por ser generosos: “Nos alegramos porque se abre una fuente de trabajo y eso es bueno para la libertad de expresión”, dijo.
Decimos “confusa” porque si bien la apertura de fuentes de trabajo para los periodistas es una condición necesaria, no es suficiente para que haya mayor libertad de expresión. La concentración de medios y la repetición de apellidos y nombres en varios medios de un mismo grupo no son una muestra de la libertad de expresión sino de la libertad con la que cuentan las empresas para expandirse. Sólo eso. De hecho, el periodista radial estaba hablando con un colega histórico de la editorial Perfil, responsable de tapas célebres de la revista Noticias, como aquella en la que se mostraba a Néstor Kirchner como un militar nazi, bajo el título de “Fachoprogresismo” o a la presidenta Cristina Fernández como una bipolar a punto del estallido. No es para descalificar al periodista que dirige al nuevo medio, sino para marcar que una cosa es la libertad de empresa y otra la libertad de expresión. Luego habrá que ver, con los números en la mano, si se amplió la demanda laboral en prensa, si es una gota en un mar de desocupación, si se trata de una multiplicación de las tareas de algunos periodistas o la apertura de un medio con becarios y desocupados “sub 23” o un poco de cada cosa. No muy diferente es lo ocurrido con la aparición de “Muy”, con Ricardo Roa, un periodista emblemático del grupo Clarín a la cabeza.
La jugada de las dos editoriales periodísticas porteñas parece ser una obra de la buena interpretación que hacen de la realidad, algo que seguramente no reconocerán: Ocho años de la recuperación de la economía, la industria como preocupación oficial, con el consiguiente reflejo en los sectores urbanos –aunque el país siga siendo soja dependiente-, la baja de la desocupación y la recuperación del protagonismo de los sectores sociales que tradicionalmente compraban Crónica y el Popular abrieron lo que en el mundo empresario se llama “nicho de negocios”. Y cuando se abre una oportunidad para ganar dinero, hay que ganarlo, aunque las razones no sean las que a uno le gustan.
Un Sabato para el debate
La muerte trajo polémica. Algunos rescataron a Ernesto Sabato como un gran escritor, otros lo recordaron como un gran demócrata; hubo quienes se quedaron sólo con su anti peronismo; unos cuantos exhibieron la foto en el almuerzo con Videla –y Jorge Luis Borges, por si alguien no lo vio- y lo vincularon a la teoría de los dos demonios. Otros lo recordaron denunciando las violaciones a los derechos humanos de los golpistas que derrocaron a Perón en el 55 –actitud que lo enfrentó a Borges- y décadas después puesto a la cabeza de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), la primera investigación oficial impulsada por un gobierno argentino para investigar las violaciones a los derechos humanos de una dictadura militar, cuya primera conclusión fue que hubo un plan sistemático de desapariciones y torturas.
Sabato fue casi sometido a un juicio público, pero su presencia en los medios duró el sábado y el domingo. A medianoche del último día de la semana el Gobierno de los Estados Unidos anunció que había matado a su enemigo Osama Bin Laden. Cada uno tradujo a su gusto, pero la mayoría de los medios atribuyó a Barak Obama haber dicho que habían “asesinado” a Bin Laden, cuando en realidad el Presidente estadounidense utilizó el verbo “kill”, que significa “matar”. Si hubiese querido decir “asesinar”, hubiese utilizado –algo bastante absurdo- el verbo “murder”. Errores más, errores menos, circuló por los medios argentinos la supuesta foto del cadáver de Bin Laden, que en realidad correspondía a un señor que nadie conoce, si es que era alguien y no una composición más o menos bien hecha con una computadora. Lo de siempre: El apuro para ganar rating o simplemente por la presión para competir como sea, más la falta de capacitación de muchos colegas llevó a muchos a caer en el ridículo. Concretamente, el cadáver parece haber sido tirado al mar, la foto no se sabe de dónde salió, las pruebas de ADN confirman lo que no se sabe y la incertidumbre sobre lo que vendrá es peor aún. ¿Y SCI? Llamen a Horatius, que la tiene clara.
Mientras unos se preguntaban si el Bin Laden estaba muerto y otros aseguraban que estaba tomando sol en alguna playa del Mediterráneo, algunos recordaron la versión vernácula del muerto que no se sabe si murió, aunque todas las evidencias científicas parecen decir que está bien muerto. Una nota de Clarín firmada el 16 de mayo de 1999 por Fernando González –hoy director del Cronista, dicho sea de paso-, Luis Sartori y Gerardo Young, justo a un año del suicidio de Alfredo Yabrán, destacaba un detalle interesante: Señalaban que el fundador de Oca y acusado como presunto autor intelectual del asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas había preparado su suicidio justo un 5 de mayo, 15 días antes de ejecutarse con un rifle. Todavía se discute si se mató o si se tomó un avión hacia las Bahamas. ¿Por qué será que nos imaginamos siempre a los prófugos tomando sol en una playa? Debe ser la envidia, o las tradiciones impuestas por las series estadounidenses.
Después de todo lo que pasó el fin de semana, está claro que Hugo Moyano no juntó a 50.000 ni a 100.000 ni a medio millón de trabajadores para recordar el 1º de mayo, que no aludió a los mártires, que no le pegó a la oposición, que no apoyó al Gobierno, que no reclamó que se trate el proyecto de participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas –no “reparto de ganancias” como dijeron en diarios, radios y otros noticieros- y que, a lo sumo, exigió puestos para los sindicalistas en listas y en el futuro Gobierno, si es que en octubre gana el oficialismo.
Tal vez nunca nos pondremos de acuerdo acerca de si Sábato merecía al morir el bronce y el Nobel de literatura o el olvido; si Muy y Libre son medios nuevos o versiones populares de medios tradicionales; si Moyano vio luz y pasó por la 9 de Julio, si Obama mandó a matar a Osama y lo hizo tirar al mar o si está en el mar pero al borde, sobre la arena y debajo de una palmera compartiendo un trago largo con Yabrán. Pero sobre algo hay que coincidir: Los medios de todo el mundo carecen de grandes reflejos, porque parecen reflejar sólo lo que cuatro o cinco agencias les dicen que tienen que decir, como hacen los señores que manejan los carteles de “aplausos”, “risas” y “gritos” ante la claque. Algunos hacen más méritos que otros y de ellos en la Argentina hay varios que figuran en la lista de los que aspiran a salir de la claque y lograr algún rol protagónico.
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