El fallo Prometeus II que cuestiona la concentración de medios en los Estados Unidos, como aquella acordada de 1948 que intentó terminar con el sistema de estudios cinematográficos es un buen intento para limitar el poder mediático. En momentos en los que la poderosa cadena Cinemark está a punto de comprar a la también poderosa cadena Hoyts en la Argentina, con lo cual se concentrará aún más la exhibición que estrangula al cine argentino, vale la pena valorizar este intento público que a su vez parece ser una muestra de la impotencia de los estados nacionales. Se imponen los grupos financieros globalizados que hoy son dueños mayoritarios de los medios de comunicación internacionales, definen sus políticas económicas, fugan sus divisas y en nombre de una libertad de prensa que jamás respetaron ni respetarán, golpean a unos gobiernos, imponen a otros y subordinan a muchos otros.
Una noticia pasó desapercibida o fue tomada como una información más de negocios: Cinemark busca adquirir a la cadena Hoyts, que es la principal exhibidora de cine en la Argentina. Dicho así, sólo parece un negocio más. Pero si se recuerda que Hoyts es la empresa que, dicho en términos futbolísticos, manda a la primera B al cine argentino e impone el cine estadounidense, queda más claro que no se trata de un grupo nacional y popular. Como bien señala el suplemento IEco del diario Clarín, el dueño de Hoyts es –tanto en Chile como en la Argentina- el fondo Linzor Capital Partners. Es decir un grupo financiero, con intereses financieros, con lógica financiera, que tiene al cine como un negocio más. En la Argentina, durante 2011, fue un negocio de $ 490 millones, ni más, ni menos. Pero Cinemark no es diferente, aunque bastante más poderosa. Sus dueños son Cinemark Holdings, Inc. Financials y en 2010 tuvieron ingresos por más de US$ 2.100 millones, una cifra que no necesita explicación.
En Chile, Cinemark no podrá comprar a Hoyts por aplicación de la ley anti monopolio, pero en la Argentina sí, dado que luego de la compra se quedaría con el 40 % de las salas y no sería considerado monopolio. Que las leyes no digan que lo sea, no significa que no lo vaya a ser.
Como dice Antonio Costa, entre 1932 y 1946, “Hollywood confirma y aumenta su primacía económica, y que, aunque sea bajo las férreas leyes de control del ‘studio system’, ciertos directores de estilo claramente reconocible –como Hitchcock, Von Sternberg, Hawks o Welles- se arriesguen a imponer sus opiniones. Esto significa, sobre todo, que, para buena parte del público de todo el mundo, incluidos los países donde existía una importante cinematografía nacional, el cine se identificaba primordialmente con el cine americano”. Más adelante, Costa se preguntaba cuál era el secr4eto de la supremacía del cine estadounidense en todo el mundo. “La respuesta hay que buscarla, ante todo, en aquella fórmula organizativa de la economía cinematográfica que ya hemos visto aparecer en los años veinte: el ‘studio system’, el ‘star system’ y el cine de géneros”.
Este sistema de estudios, que les permitía a unos pocos grupos –seis en total- controlar la producción, la distribución y la exhibición del cine, porque los mismos estudios eran dueños de las distribuidoras y de los cines, se impuso como una gran potencia económica.
Dice Costa: “La concentración monopolítistica resulta aún más evidente si se tiene en cuenta la fase final del ciclo, esto es, la exhibición. Las cinco primeras Majors (es decir, la Warner Bros, la MGM, la Paramount, la RKO y la 20th Century Fox), controlando directamente tres mil salas (sobre un total de dieciocho mil, es decir, poco más del 16 por ciento), llegaban a rozar el 70 por ciento de todas las recaudaciones”.
Este sistema permitía a los grandes estudios (las Majors) concentrar un enorme poder económico, que les permitió exportar su cine a todo el mundo y hacer desaparecer virtualmente al cine de Europa y de América latina. Las llamadas “vanguardias” fueron apenas una reacción de artistas minoritarios y rebeldes contra esta suerte de invasión cultural estadounidense.
El “studio system” se prolongó hasta que, en 1948 la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos decretó su ilegitimidad por infracción de las normas anti monopolio. Eran los tiempos de la competencia televisiva llevaron a la caída del ‘studio system’, pero no impidieron el nacimiento de un nuevo poder en el que se imbricaron las cadenas radiales, televisivas y los estudios.
Y entonces llegó Pegasus
En el terreno de los otros medios de comunicación también se cuecen habas, monopolios y oligopolios. Como bien dice hoy Damián Loreti, abogado y experto en temas de comunicación en una columna publicada en el diario Página 12, “El 7 de julio, una Corte de Apelaciones de Estados Unidos estableció que la limitación a la propiedad de los medios es una vía constitucional y razonable para promover diversidad de puntos de vista y medios de comunicación diversificados, que la regulación continua de la propiedad cruzada y común de periódicos por parte de la autoridad de aplicación no viola la libertad de expresión y que las reglas de propiedad de los medios no implican manipular contenido”.
Se refiere al fallo del 7 de julio de 2011 de una Corte de Apelaciones estadounidense, que “ratifica el principio por el cual la autoridad de aplicación debe intervenir para limitar la concentración y asegurar el pluralismo y la diversidad, al resolver la causa Prometheus II. Dicha causa enfrentó a la coalición que reúne organizaciones que defienden el derecho a la comunicación con un grupo de empresas y agrupaciones de medios, entre ellas CBS, Fox, NBC, Gannett, la Asociación Nacional de Periódicos y la Asociación Nacional de Televisoras. Ambos grupos, por opuestas razones, formularon reclamos contra las nuevas reglas dictadas por la FCC en cumplimiento del mandato judicial de 2003, por el cual debió revisar sus normas favorecedoras de la concentración y la propiedad cruzada, entre otras disposiciones”.
En 2003, como bien explica Loreti, hubo un fallo “Prometeus I”. “La discusión pasaba por determinar si cabía la propiedad de dos estaciones de televisión por parte de un mismo dueño, en el mismo mercado, en la medida en que una de ellas no estuviera entre las cuatro primeras de audiencia, y existieran, además, otras cuatro independientes respecto de las cadenas nacionales. Esta discusión es inaprensible desde la Argentina, porque sólo siete ciudades cuentan con más de una señal de televisión abierta, hasta tanto no se apliquen las reglas de las nuevas TV digitales y locales”, señala.
Continúa Loreti –recomendamos leer la columna completa- aclarando que “La primera parte del nuevo fallo de Estados Unidos rememora el Prometheus I, donde el Poder Judicial determinó el rechazo de las reglas que obstruyeron el pluralismo y la diversidad, como consecuencia del relajamiento de las normas de protección contra la concentración, cuando en 2003 se mandó a la FCC a hacer los deberes para fijar nuevos estándares. (…)
Una vez que la FCC estableció esos nuevos estándares, la Corte de Apelaciones analizó los recursos planteados por las organizaciones defensoras del derecho a la comunicación, por un lado, y por el otro, las empresas y asociaciones de medios llamados “Deregulatory Petitioners” por los jueces, sin ironía.”
Las combinaciones de nombres de grandes y medianas cadenas de televisión, de grupos de diarios y radios y sus representaciones gremiales empresarias son representativas de intereses financieros, de accionistas cuyo objetivo es aumentar algunos puntos sus ganancias. Dentro de los recursos validados para aumentar las tasas de ganancia están los empleos precarios, los periodistas “colaboradores”, los sueldos a la baja, los despidos disfrazados con el eufemismo de “reorganización”, la imposición de canjes de vuelos, hoteles y estadías de placer para que redactores estén obligados a escribir a favor de empresas que muchas veces pertenecen a los mismos grupos financieros.
El entretenimiento, la información, la producción local, la cultura popular son cautivos de los acuerdos y los negocios que las grandes cadenas hacen allí en los Estados Unidos, en Europa o en sus filiales de América latina. Vale la pena saberlo cuando se escucha o se lee acerca de la libertad de expresión, declaraciones de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) o de “empresarios” periodísticos.
Ilustración: Tapa del libro “Media Monopoly” de Ben H. Bagdikian
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