(Por Rubén Levenberg) Aquel 13 de setiembre caminaba por la
calle Corrientes sin prejuicio alguno, dentro de lo posible. Como
periodista conozco el peso de la subjetividad en toda acción intelectual y como
docente trato de despertar en los alumnos la visión crítica de lo que es
pretendidamente objetivo. Mi único propósito era percibir in situ algunos de
los reclamos de los caceroleros, de entender cuáles eran las razones de sus
enojos y cuál su composición social.
Lo tomé como un trabajo de campo y me limité a anotar
algunas observaciones. Entre ellas, una de mucho peso: Había una mayoría de
mujeres, en una proporción de 10 a 1. Otra cuestión fue la presencia de
sectores sociales identificables como clase media baja, que en otras
oportunidades no aparecía en los caceroleos. Un tercer aspecto era la furia
contra Guillermo Moreno y contra la figura presidencial, una muestra de odio no
contenido.
Fueron todas señales que me llamaron la atención pero que no alcanzaba a decodificar. De hecho, sigo sin entender qué le pasa a las mujeres con Cristina Fernández. Por otra parte tenía la idea de que la tematización de los medios masivos había sido importante como motor de movilización. Sabía que muchos de los manifestantes de clase media que estaban presentes habían ido porque algunas políticas los afectan directamente. Otros estuvieron por afinidad ideológica. Pero no me alcanzaba.
Cuando comencé con cierta introspección, un recurso muy poco ortodoxo, pude encontrar algunas ideas para debatir. La primera es que los discursos presidenciales –sean en cadena nacional o no- me gustan cuando Cristina Fernández los pronuncia en el exterior y no me gustan cuando los hace en la Argentina.
Cuando lo expuse ante quienes saben más que yo, me respondieron que en el exterior habla para los grandes dirigentes mundiales y que acá lo hace para los trabajadores, dejando afuera a la clase media, a la cual culturalmente pertenezco. Es una interpretación interesante, pero insuficiente.
Quienes tuvimos la oportunidad de escuchar los discursos de
Cristina Fernández mucho antes de que fuera primera dama y luego Presidenta, sabemos
que tiene una capacidad oratoria poco común. Habla con argumentos sólidos e
improvisa la mayor parte de sus discursos. Es, lejos, la mandataria que más
respetan sus pares de todo el mundo cuando la escuchan hablar en los foros
internacionales. Cuando lo hace en la Argentina también improvisa, pero las
reacciones que provoca en muchos es diferente.
¿Qué cambia? No pretendo dar una respuesta porque no la
tengo y probablemente no tenga las luces suficientes como para hacer otra cosa
que provocar el debate. Hay algunas cuestiones que sobresalen a simple vista:
La Presidenta habla en el exterior no más de cuatro o cinco veces al año,
mientras que en la Argentina interviene con discursos cada dos semanas como
máximo. Allá tiene tiempo entre discurso y discurso, acá no. Allá causa
admiración, aquí provoca rechazo en amplios sectores.
Tal vez sea necesario que la política de comunicación del Gobierno cambie en sus fundamentos. La presencia repetida de un Presidente es innecesaria y puede provocar reacciones contrarias a las deseadas. Se me ocurre pensar que la cadena nacional en sí misma es legal, legítima y necesaria en un contexto de manejo oligopólico de los medios de comunicación masivos.
Pero sería más razonable que hablaran los ministros y funcionarios del área. No veo que falten dirigentes capaces para asumir el reto. Si se habla de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, el titular del AFCA, Martín Sabbatella puede y sabe cómo hablar. Si se inaugura una fábrica en algún lugar del país, Débora Giorgi es una figura que puede hablar y con mucho fundamento. Si se trata de una ley que tiene a los trabajadores como protagonistas, los ministros de Trabajo o de Economía deberían poder expresar la posición del Gobierno sin problemas. Y siguen las firmas.
Si no se revisan las estrategias y las tácticas, si no se reconoce –en la intimidad, claro- que los que se ponen del otro lado del escenario político no son todos energúmenos reaccionarios, tal vez se puedan corregir errores y mejorar la comunicación entre pueblo y Gobierno. Dicho esto con toda humildad, porque los que saben son otros.
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