El colega Héctor Sánchez publicó una nota excelente en la agencia Telam en la que sintetiza el prontuario-currículum del asesino serial y ex almirante Emilio Massera y resalta cómo antes y después del golpe de 1976 los medios le rindieron pleitesías. La reproducimos y no hacen falta más palabras. Para los no creyentes, el muerto zafó de la Justicia. Los creyentes deben estar pensando si en el infierno lo recibirán o si por razones éticas lo dejarán en la puerta. Mejor leemos la nota de Sánchez:
Símbolo lacerante del terrorismo de Estado, por Héctor Sánchez *
Murió el hombre que resumía el poder terrorífico de la dictadura militar, pero también el que tenía apetencias políticas con el formato partidario que supuestamente despreciaba. Murió, a los 85 años y en una cama de hospital, el dueño de la vida y la muerte de miles de personas secuestradas y torturadas en el campo de concentración que dirigía.
Murió Emilio Eduardo Massera, símbolo del terrorismo de estado que volvió a ser juzgado a partir del 25 de mayo de 2003, cuando Néstor Kirchner decidió impulsar –y aguantar- la derogación de las leyes de impunidad.
Sí, se empezaba a pagar la deuda que la democracia y el Estado tenían con el pueblo argentino y con los derechos humanos, como resumiría en la mismísima ESMA el fallecido ex presidente un 24 de marzo de 2004, el día que ese lugar le era arrebatado para siempre al horror, para ser ofrecido a las Madres y a las Abuelas de la Plaza, a los hijos de aquellos militantes represaliados, a la juventud que venía y viene marchando.
“Era un antiperonista acérrimo”, dicen algunas voces que vuelven a hurgar en los orígenes de un marino que hacía honor a la tradición más gorila de esa fuerza; “era un anticomunista feroz”, recuerdan otros; “era codicioso y violento para conseguir sus objetivos”, memoran quienes siguieron y reconstruyeron sus pasos tenebrosos. Era todo eso junto, y tal vez más.
Massera fue mimado por los medios de la corporación periodística que casi en línea apoyaron a la dictadura militar desde antes aún de que asaltara el poder, con matices en donde los roles estaban repartidos.
Así, el presunto perfil bajo era de Agosti; el rol de asceta y cristiano indeclinable que cumplía un objetivo mayor era de Videla; y el supuesto transgresor y farandulero que generaba gestos de simpatía en esa prensa canalla era Massera.
Para comprobarlo, basta recorrer aquellas páginas de editoriales y notas con pretensión de análisis profundo que firmaron en diarios “serios y de tirada nacional” escribas que se reciclaron en una masa informe, en un pastiche que todavía hoy pide pista a la hora de bajar línea de la referida corporación.
El hombre que en 1989 burlaba la condena que recibió en 1985, en el juicio a las juntas militares, y se paseaba por las calles de Palermo en un claro desafío a esa decisión judicial y a una democracia de baja intensidad, un año después era indultado.
Ya no era el poderoso mentor de los grupos de tarea formados por una banda de asesinos que generaron los hechos concretos, los crímenes de lesa humanidad, por los cuales muchos de ellos están siendo juzgados.
Era, y lo fue hasta el final, el siniestro representante de un proyecto que logró destrozar la industria y el trabajo de una nación, la confiscación y traspaso de una importante masa salarial a manos concentradas de los grupos empresarios que aún tienen el reflejo inconfeso de llevarse la mano al cinto cuando escuchan eso de compartir ganancias con los trabajadores, y no sólo las supuestas pérdidas.
La lentitud de una Justicia despareja, que suele conformar verdaderos laberintos de los cuales no es tan sencillo salir por arriba, como decía Marechal, le permitió a Massera llegar hasta el día de su muerte procesado en cientos de causas, pero no condenado.
Sin embargo, el pueblo argentino lo había condenado desde hace mucho tiempo, con el peso contundente de los procesos históricos que tienen en la memoria un motor cuando se puede, y un par de remos cuando escasea el combustible. Aquellos medios de comunicación que lo mimaron, hoy se animan a titular que murió un ex represor, y hasta en eso muestran la hilacha. Un represor y un genocida no dejan nunca de serlo, por eso mueren en soledad, y en pleno transe borgeano de ser sólo olvido.
* Periodista.
Sí, se empezaba a pagar la deuda que la democracia y el Estado tenían con el pueblo argentino y con los derechos humanos, como resumiría en la mismísima ESMA el fallecido ex presidente un 24 de marzo de 2004, el día que ese lugar le era arrebatado para siempre al horror, para ser ofrecido a las Madres y a las Abuelas de la Plaza, a los hijos de aquellos militantes represaliados, a la juventud que venía y viene marchando.
“Era un antiperonista acérrimo”, dicen algunas voces que vuelven a hurgar en los orígenes de un marino que hacía honor a la tradición más gorila de esa fuerza; “era un anticomunista feroz”, recuerdan otros; “era codicioso y violento para conseguir sus objetivos”, memoran quienes siguieron y reconstruyeron sus pasos tenebrosos. Era todo eso junto, y tal vez más.
Massera fue mimado por los medios de la corporación periodística que casi en línea apoyaron a la dictadura militar desde antes aún de que asaltara el poder, con matices en donde los roles estaban repartidos.
Así, el presunto perfil bajo era de Agosti; el rol de asceta y cristiano indeclinable que cumplía un objetivo mayor era de Videla; y el supuesto transgresor y farandulero que generaba gestos de simpatía en esa prensa canalla era Massera.
Para comprobarlo, basta recorrer aquellas páginas de editoriales y notas con pretensión de análisis profundo que firmaron en diarios “serios y de tirada nacional” escribas que se reciclaron en una masa informe, en un pastiche que todavía hoy pide pista a la hora de bajar línea de la referida corporación.
El hombre que en 1989 burlaba la condena que recibió en 1985, en el juicio a las juntas militares, y se paseaba por las calles de Palermo en un claro desafío a esa decisión judicial y a una democracia de baja intensidad, un año después era indultado.
Ya no era el poderoso mentor de los grupos de tarea formados por una banda de asesinos que generaron los hechos concretos, los crímenes de lesa humanidad, por los cuales muchos de ellos están siendo juzgados.
Era, y lo fue hasta el final, el siniestro representante de un proyecto que logró destrozar la industria y el trabajo de una nación, la confiscación y traspaso de una importante masa salarial a manos concentradas de los grupos empresarios que aún tienen el reflejo inconfeso de llevarse la mano al cinto cuando escuchan eso de compartir ganancias con los trabajadores, y no sólo las supuestas pérdidas.
La lentitud de una Justicia despareja, que suele conformar verdaderos laberintos de los cuales no es tan sencillo salir por arriba, como decía Marechal, le permitió a Massera llegar hasta el día de su muerte procesado en cientos de causas, pero no condenado.
Sin embargo, el pueblo argentino lo había condenado desde hace mucho tiempo, con el peso contundente de los procesos históricos que tienen en la memoria un motor cuando se puede, y un par de remos cuando escasea el combustible. Aquellos medios de comunicación que lo mimaron, hoy se animan a titular que murió un ex represor, y hasta en eso muestran la hilacha. Un represor y un genocida no dejan nunca de serlo, por eso mueren en soledad, y en pleno transe borgeano de ser sólo olvido.
* Periodista.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario