Diarios y revistas que se regodean con algún asesinato. Periodistas de TV o radio que entrevistan a un familiar de la víctima para agregar un grado más de truculencia a un relato tal vez innecesario y seguramente carente de respeto por la ética profesional, son algunas de las imágenes que aparecen cuando se piensa en medios masivos de difusión y el negocio de la narración sobre la "inseguridad", un término que, por negativo, alude a la "seguridad" como lo deseable. Tal vez no sea tan extraño que la misma palabra haya sido usada como sinónimo de paz por las dictaduras. Al fin y al cabo, no hay que ser tan memorioso para recordar que hace algunas décadas se impusieron dictaduras en toda América latina bajo la inspiración de la "Doctrina de la Seguridad Nacional".
La primera incógnita sea si los crímenes y el negocio del relato de los crímenes son una novedad del momento o si simplemente la tecnología permite que se martillen los cerebros de manera más persistente. ¿Cuánto hay de novedoso en los relatos truculentos? Para buscar alguna respuesta o nuevas preguntas, nada mejor que acudir a los sabios que se tomaron el trabajo de pensar y escribir, como el historiador Jorge B. Rivera, quien en el 94 publicó en sus Postales Electrónicas un pequeño capítulo: El otro círculo de los violentos". Ofrecemos un fragmento, como para leer, disfrutar y correr a buscar algo nuevo entre las cosas aparentemente viejas:
Las truculencias proferidas en las esquinas por los cantores de endechas, o por los ciegos narradores de historias macabras, desvelaron durante siglos al público de las plazas, los barracones de feria y los pueblos de campaña. El crimen 'paga', aunque sea en moneda pequeña y esta verdad la explotaron incontables poetas y cantores populares que hicieron de la necrofilia, la masacre colectiva, el ensañamiento, el canibalismo, el infantizidio y los descuartizamientos un oficio verbal provechoso.
Los temas cruciales del crimen y de su castigo ejemplarizador son pasajeros con abono permanente en la mayoría de los cancioneros, romanceros y copleros populares del mundo, como una suerte de "séptimo círculo" vioento que prolonga su geometría ominosa desde las edades más remotas.
A partir del siglo XVI, sin embargo, la exhibición recurrente del crimen y de sus accesorios brutales (el descuartizamiento, la antropofagia, la necrofilia, etc.) está más definidamente en los repertorios de la cultura popular urbana, ligados a formas incipientes de industria cultural (como el vasto universo de la "literatura de cordel"), que en los adscriptos habitualmente al campo de la tradición estrictamente folklórica, sin que desde luego estén ausentes de ésta.
La cultura de los nuevos medios masivos suplantó (o tal vez solo reelaboró en otra cuerda tecnológica) un patrimonio que durante siglos fue el alimento imaginario del hombre de las calles y los campos. A lo largo de centurias un repertorio nutridísimo de canciones, relatos, sucedidos, coplas y proverbios codificó a su modo las fantasías y los saberes de la gente, en una corriente ininterrumpida que se robusteció especiaslmente desde el siglo XV, con la invención de la imprenta y con el consiguiente flujo de materiales que reflejaban sus deseos y sus miedos profundos, entre ellos, desde luego, los vinculados con la tenebrosa esfera del crimen.
En las calles de París, los campos de Castilla, los pueblos de la meseta mexicana, la expansiva frontera norteamericana o las pulperías de la pampa rioplatense, los cantores, narradores o lectores de gacetas magnetizaron a su audiencia con historias en las que se mezclaban lo sagrado y lo profano, lo maravilloso y lo crudamente realista, la historia y la superchería, las peripecias del amor no correspondido y las truculencias de la pasión homicida.
Los viejos cancioneros y repertorios narrativos de la tradición popular no se alimentan solo de crímenes pasionales arquetípicos y "limpios". Abundan también en ellos, para un público ávido de emociones fuertes y turbias, los registros de asesinatos aberrantes, descuartizamientos, actos de canibalismo o necrofilia y otras monstruosidades por el estilo, algunas apoyadas históricamente en episodios penosamente reales, y otras cosechadas en el imaginario negro de la humanidad. (...)
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