El 26 de mayo de 2003, a los 78 años de edad moría en Buenos Aires el maestro Alfredo Bravo. Era lo que antes se conocía como "cascarrabias", un tipo gritón sincero, solidario, de los que hay pocos. Era un político de raza, un gremialista que se jugaba sin medir consecuencias, pero, sobre todas las cosas, era una buena persona, un hombre de una generosidad infinita y un gran dirigente, conjunción que no siempre se logra en un mismo individuo.
Socialista de nacimiento, entusiasta cuando había que ponerse una gran obra al hombro, sus convicciones lo llevaron por distintos caminos, pero siempre a cara descubierta, sin juegos dobles. Así era también en su trato con el pueblo, categoría que hoy los medios se empecinan en rebautizar como "gente".
Le gustaba escuchar y ayudar. Como diputado no dudó en refunfuñar cada vez que le sugerían descansar un poco. Para Bravo, cada persona que estaba en la puerta del Congreso y pedía hablar con él debía ser atendida y así lo exigía también a sus asesores. Más de una vez regañó afectuosamente a su eterna amiga y secretaria, Rosa Jasovich Pantaleón, dirigente de la APDH y una de las grandes políticas feministas que la historia se empecina en olvidar.
Socialista de nacimiento, entusiasta cuando había que ponerse una gran obra al hombro, sus convicciones lo llevaron por distintos caminos, pero siempre a cara descubierta, sin juegos dobles. Así era también en su trato con el pueblo, categoría que hoy los medios se empecinan en rebautizar como "gente".
Le gustaba escuchar y ayudar. Como diputado no dudó en refunfuñar cada vez que le sugerían descansar un poco. Para Bravo, cada persona que estaba en la puerta del Congreso y pedía hablar con él debía ser atendida y así lo exigía también a sus asesores. Más de una vez regañó afectuosamente a su eterna amiga y secretaria, Rosa Jasovich Pantaleón, dirigente de la APDH y una de las grandes políticas feministas que la historia se empecina en olvidar.
Fundador de la CTERA (Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina), Bravo aclaraba ante la tilinguería de los medios, que lo llamaban "profesor", que era un maestro de grado, "y a toda honra". En la última dictadura militar fue arrancado del aula en 1977 cuando daba clases en una escuela y se convirtió en un desaparecido. Sufrió la tortura y la prisión hasta 1979, cuando un reclamo de los gremios docentes de todo el mundo llevó al propio presidente de los Estados Unidos a exigir su liberación. La tortura le dejó secuelas graves, especialmente en sus piernas, que según su relato fueron además las que más sufrieron cuando lo trasladaban de un lado al otro en una pila de cuerpos, algunos ya muertos, otros en camino.
En su gestión como funcionario de Alfonsín chocó con la burocracia del ministerio de Educación, los funcionarios de planta colocados allí por la dictadura y por gestiones anteriores, pero sobre todo por militantes silenciosos de la Iglesia católica que no querían al dirigente socialista metiendo mano en "su" espacio, la educación. "¿Eh? Hace un año firmé el expediente y la escuela tendría que tener todo el equipamiento", gritó alguna vez en un pasillo del ministerio cuando una directora le contó las penurias de su escuelita. Allí estaba la clave de la burocracia: La máquina de impedir, de bloquear todo lo que oliera a pueblo y a laicismo.
Se fue del ministerio de Educación cuando sintió que su amigo y compañero de la APDH, Raúl Alfonsín, había desandado el camino iniciado en 1983. "Cuando habló de economía de guerra yo estaba detrás de la puerta ventana de la Rosada. Volvió del balcón, lo abracé y le dije que se había cometido un error gravísimo, fue una despedida", nos relataba el maestro socialista allá por 1985, cuando la renuncia del ministro Bernardo Grinspun, su reemplazo por Juan Vital Sorrouille y el anuncio de la “economía de guerra” con una reducción del gasto público del 12 por ciento configuraron el primer derrape del radical. La Obediencia Debida y el Punto Final de 1986 fueron los detonantes definitivos para su salida, que de todos modos se iba a producir porque a esa altura los sectores más recalcitrantes del ministerio se sentían más fuertes que nunca y lo iban a desplazar.
Fundador de la Confederación Socialista, fue elegido diputado nacional en 1991 y vuelto a elegir en 1995 y 1999 como dirigente del Partido Socialista Democrático pero dentro de la Unidad Socialista. Había vuelto al PSD, del que se había ido en 1957 porque estaba en contra de que sus compañeros integraran la Junta Consultiva, creada por la dictadura que había derrocado a Juan Domingo Perón en 1955.
En el 2001 triunfó en las elecciones para senador por la ciudad de Buenos Aires por la alianza ARI, pero no pudo asumir debido a una peculiar interpretación de la ley electoral que hizo la mayoría del cuerpo. Oh sorpresa, su competidor era Gustavo Beliz, otra vez el Opus Dei, que no lo soportaba por su militancia socialista, su independencia y sus vinculaciones con los masones.
Había nacido el 30 de abril de 1925 en la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay y murió de un ataque al corazón el 26 de mayo de 2003, horas antes de que un tal Néstor Kirchner asumiera la presidencia. En la Web pueden encontrarse homenajes de una señora llamada Elisa Carrió, quien se había colado en una investigación sobre lavado de dinero sólo para hacerse prensa de la mano del legislador socialista. Lo terminó de traicionar años después, cuando declaró a favor de las empresas involucradas minimizando la investigación que había usado para catapultarse. También se puede encontrar algún homenaje del senador Rubén Giustiniani, a pesar de que Alfredo Bravo nunca terminó de arrepentirse de haber hecho la unidad con el partido de Guillermo Estévez Boero. El tiempo le daría la razón. Lo que él consideraba el mal menor, la unidad a pesar de las diferencias, terminó con la persecución de sus compañeros más cercanos.
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