Hoy publiqué en Carta de Negocios una nota que, creo, puede servir a los lectores del Blog. Y si no les resulta de utilidad, pueden avisarme. Saludos. Rubén. | |
(Por Rubén Levenberg) En medio de la crisis, las negociaciones salariales son difíciles. Pero hay al menos dos actividades en los cuales las disputas –si se las puede llamar así- son patéticas. | |
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En la Argentina de los últimos años se han dado pasos interesantes cuyos resultados se verán en el mediano plazo. Algunos ya se pueden verificar, con sólo comparar los diarios de 2001 con los de 2009: Esta vez la crisis no fue originada por una fuga de divisas encarada por los sectores financieros especulativos, que hicieron tambalear a bancos locales sino por la irresponsabilidad de grandes bancos internacionales y grandes consultoras de riesgo. entre estas últimas, la más importante, que es el FMI, acaba de admitir que por concentrarse tanto en insistir que los países en vías de desarrollo debían cumplir sus indicaciones, se olvidaron de aplicar los mismos criterios a los países desarrollados. Así, la mecha se encendió en los Estados Unidos y su crepitar se escucha en todo el mundo desarrollado. En el resto del planeta, la explosión inminente se traduce en una fuerte baja de las compras de sus productos. Así lo sufren Brasil, Chile y la Argentina, cada uno con sus características particulares. En medio de tal crisis, en la Argentina los diarios, radios y “analistas” de televisión aconsejan al público que no gaste, que no invierta, que se paralice. Tal vez tengan razón, tal vez no, pero sea como sea, constituyen una generosa contribución a la desconfianza general. La realidad muestra que los precios venían subiendo mucho más de lo que indicaba el INDEC, que el crecimiento seguía en camino pero iba a ser menor que el del año pasado y que el pésimo tratamiento de la crisis con los empresarios del campo por parte del gobierno, conflicto que comenzó precisamente un 11 de marzo de 2008 luego de una actitud suicida del entonces ministro de Economía Martín Lousteau, tendría sus consecuencias. Graciosamente, ayudaron a darle entidad política a un grupo de interés económico que a su vez ahora aporta la argamasa para unir a una oposición que hasta entonces repartía miserias. También los números indican que las estimaciones inflacionarias de los grupos privados se acercan cada vez más a las del INDEC, simplemente porque la recesión y la desconfianza están provocando una baja del consumo. Por estos días, empresas que dan ganancias enormes tienen que bajar sus plantillas de empleados por el simple hecho de que sus casas matrices decidieron que era mejor echar a un argentino que a un ciudadano del primer mundo. Otras, afectadas directamente por la recesión internacional, la baja de las exportaciones y la caída de las expectativas, están golpeadas o avanzan –retroceden- hacia el cierre. Alzas y bajas que muestran que al menos los países de la frontera del mundo pueden regodearse porque sufren sensiblemente menos la crisis que quienes la originaron. Pero la sufren. Cuando las empresas no invierten, se achican o cierran, los empleadlos tiemblan. Algunos sectores, sin embargo, parecen inmunes a toda crisis, unos porque siempre están mal y otros porque, por su actividad pueden descargar sus beneficios sobre otros pobres. El contraste es patético: 1) El SUTERH, el sindicato que agrupa a encargados y porteros, vuelve a auto-asignarse un aumento de sueldos, que esperan sea del 25 por ciento, además de incorporar definitivamente lo que había sido un “premio”, también auto asignado. Es el caso de un sindicato que no tiene patronal, que no tiene contraparte. Año a año, se sientan a negociar consigo mismos y reparten ganancias con la entidad que agrupa a los administradores de edificios, cuyo negocio es que las expensas suban. Los propietarios de departamentos carecen de representación y deben esperar hasta que el sindicato decida cuánto va a a cobrarle este año. 2) La contracara del SUTERH son los gremios que agrupan a los periodistas. Entran en otra categoría, porque aquí las empresas están agrupadas y sólidas y los empleados carecen de la menor influencia, ya que la mayoría trabaja en negro y no son incluidos en negociación salarial alguna. Despidos, precarización, trabajo en negro, falta de calidad profesional y una inédita corrupción por parte de empresas y profesionales son las bases sobre las cuales funciona hoy el llamado “cuarto poder”. La prensa tiene en algunos casos más del 50 por ciento de sus empleados sin inscribir, sin derecho alguno y en una de las profesiones más estresantes y peligrosas, según los datos de todas las entidades que se ocupan de la salud profesional. Como ejemplo, basta un botón: En estos días se ha armado una gran conmoción por el despido de periodistas del diario La Nación, pero no hubo ni habrá un comunicado gremial ni una queja de los delegados internos por la miseria que se le paga a un colaborador y porque además, los colaboradores son echados cotidianamente sin que nadie se preocupe demasiado. Nadie, es obvio decirlo, dedica a estos periodistas empleados en negro siquiera una de las decenas de centímetros que dedicaron y siguen dedicando al "caso Nelson Castro". Toda una identificación desde las empresas: Hay periodistas de primera y periodistas de cuarta, que ni siquiera son reconocidos como tales. Dos actividades laborales, una que negocia con nadie y se asigna sus sueldos; otra que no tiene quién negocie por ellos y sigue percibiendo ingresos sin actualizar desde 2001, que si es suspendido o echado, sólo puede hacer su reclamo mediante un juicio que dura tres o cuatro años y que además lo deja definitivamente fuera del mercado; uno que tiene un sueldo mínimo y otro cuyos miembros, en su mayoría no tienen sueldo. Para los propietarios de un departamento en un edificio, las auto-negociaciones del SUTERH llevan casi inevitablemente al endeudamiento y con el tiempo, en muchos casos, al remate de su vivienda. Muchos de ellos son jubliados propietarios que terminan alquilando una pieza en una pensión o en la casa de algún hijo más o menos pudiente y comprensivo. Para los empresarios no periodísticos, que tratan a diario con el periodismo, hasta ahora la situación es beneficiosa. Un colaborador de una empresa periodística es débil, tiene ingresos inestables y trabaja 17 de las 24 horas del día, por lo cual depende de lo que la fuente –el político, el empresario, el dirigente deportivo o el organizador de un espectáculo- puedan acercarle como información. Son candidatos a recibir regalos, a viajar por cuenta de una empresa en lugar de hacerlo por decisión de su diario o revista –cosa que ocurría muchos años atrás- son víctimas de cualquier presión, en la medida que por lo general no tienen el apoyo de sus empleadores –que no los emplean- ni de sus gremios, que sólo se ocupan de los que están empleados en diarios, agencias noticiosas, radio y TV. Terminan vendiendo avisos para algún medio en el que escriben, con lo cual dejan de ser periodistas y se convierten en agentes con un pie en cada lado del mostrador. El derecho a la información, ausente sin aviso pero con una jugosa pauta asegurada. Dos actividades, una sin empresarios para negociar, otra con una mayoría de trabajadores en negro que no tienen quién los represente para negociar. Mientras tanto, una propaganda del Gobierno dice que hace poco tiempo había unas 50.000 empleadas domésticas en blanco y que el número ya supera los 350.000. Tal vez sería bueno que alguna vez hicieran las cuentas de cuántos periodistas están en blanco y cuántos están en negro. Eso, sin contar a los cada vez más escasos periodistas que viven de otra cosa y no quieren estar en blanco. Para ellos, aquel viejo Estatuto había definido la categoría de “colaborador”, no para todos, sólo para ellos. |
Frases de cabecera
-"Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido." Malcolm X.
marzo 09, 2009
Las paradojas de porteros y periodistas
enero 05, 2009
Aquel debate sobre ética periodística en Kau Media

Hace un par de años -el 1º de enero de 2007- Kau Media, el blog de César Dergarabedian, abrió un debate sobre los viajes de los periodistas, quiénes los pagan y si es ético aceptar invitaciones. Se me ocurrió releer mi intervención y decidí publicarla en mi blog, tarde, pero seguro. Lo que sugiero es entrar en Kau Media para leer todo, no sólo nuestro debate sino unos cuantos otros temas que deberían ser centrales en las discusiones sobre medios de comunicación y periodistas.
A propósito de las inteligentes opiniones de Gobbi -levantado de su blog- y de Quique Garabeytián, quiero recordar algunos tópicos que pueden servir para la discusión. Voy a ser tremendamente aburrido y la mayoría se va a dormir antes de llegar al final, si es que alguno llega. Pero me doy el gusto de compartirlos y creo que vale la pena:
-En todo el mundo se discute sobre ética periodística y así ocurría décadas atrás en la Argentina. Hoy no se debate y hasta me atrevo a decir que es un tema tabú.
-En los códigos deontológicos de la profesión periodística de todo el mundo hay una mención explícita a tres problemas importantes para el tema: Los regalos, los viajes y las comidas. Todos consideran una violación de las normas éticas aceptar viajes, aceptar regalos que superen cierto monto y aceptar invitaciones a comer.
-Los códigos aclaran que los regalos incluyen a los productos sorteados. Un redactor del Washington Post o del New York Times no puede participar de sorteos. Personalmente, he visto a una redactora del Washington Post rechazar una computadora que Intel le había asignado luego de un sorteo que se había hecho con el número de su entrada a un salón.
-Queda claro que las empresas periodísticas deben pagar los viajes, las comidas y los alojamientos de sus periodistas.
-Las instituciones oficiales conocen y respetan esos códigos. En el caso de los Estados Unidos, el periodista que sigue al Presidente de la Nación viaja en un avión oficial -algo así como nuestros Tango I, II, II y IV-, pero previamente la empresa periodística tiene que depositar en una cuenta bancaria el monto del pasaje.
-El objetivo de los códigos deontológicos es detallar algunas circunstancias en las cuales el profesional -médico, abogado, ingeniero o periodista- puede dudar respecto del "qué hacer". El objetivo es que pueda cumplir con su tarea de manera independiente, para cumplir el fin de la actividad, que es acercarse todo lo posible a la verdad, sin compromiso alguno con las fuentes y con los protagonistas de la noticia.
-Cuando hay colegiación de los profesionales -médicos, abogados, ingenieros, contadores públicos- el Estado reconoce a los códigos de ética como tales, de manera que el colegio público -formado y elegido por los propios profesionales- puede sancionar al transgresor, generalmente mediante la suspensión de la matrícula, que le impide el ejercicio de su profesión durante un tiempo determinado.
-En el caso del periodismo son pocos los países del mundo en los cuales hay colegiación, pero las empresas periodísticas toman la iniciativa porque no quieren que los salarios que pagan se conviertan en un adorno para encubrir otros negocios. Quieren empleados fieles y saben que los periodistas que reciben regalos, viajes, lunchs y cosas por el estilo, siempre están sujetos a otras presiones.
Respecto de la Argentina, mis reflexiones:
-Hasta hace algunas décadas, diarios como La Nación y Clarín o revistas como El Periodista y hasta Noticias, aún sin manuales de ética, pagaban viáticos a sus periodistas, para que no tuvieran que recibir dádivas de nadie. El periodista se juntaba a almorzar con una fuente -político, periodista, futbolista o empresario- y no aceptaba invitaciones. El pagaba su comida y luego llevaba el vale a la empresa, que le devolvía el dinero. Con los primeros ajustes drásticos, desde fines de los 90, esa costumbre fue cambiando. Hoy son pocos los periodistas que viajan con dinero del diario. La apelación de los editores, hoy tan común, hubiera sido un sacrilegio 20 años atrás: "¿Te invitaron?¿Te van a pagar todo? Porque mirá que el diario no paga viáticos"
-Los despidos, los ajustes, llevaron a la creación de miles de medios independientes. Basta con pedir una lista a la UTPBA para saber que hoy cerca de un 80 por ciento de los periodistas no son empleados de empresas periodísticas sino microemprendedores. Esas microempresas carecen de fondos para cualquier actividad y terminan pidiendo -y perdiendo la dignidad- viajes y comidas a las fuentes. No tienen otra opción.
-Las empresas periodísticas de medios electrónicos (radio-TV) dejaron de lado las producciones propias para imponer las co-producciones. Falso nombre que encubre la producción tercerizada. El periodista sale a buscar publicidad, hace acuerdos, paga altas sumas de dinero y tiene su espacio.
-La primera consecuencia del nuevo sistema es que los periodistas van cambiando sus costumbres, perdiendo o negociando sus principios o, como ocurrió en la mayoría de los casos, dejando su lugar a personajes mediáticos provenientes de otras actividades, interesados en aprovechar el poder de influencia de los medios: Políticos, empresarios, lobbistas de las empresas, vendedores de publicidad, modelos desgastadas por los años, personajes de la farándula. Todos son periodistas, ejercen como periodistas e imponen sus propios códigos deontológicos, que son, en realidad, los no-códigos.
-Del lado de los periodistas: Esta entrada en la profesión de neo-empresarios, tipos que venían de actividades comerciales y empresarias y que aprovechaban el poder de los medios, terminó dejando afuera a los periodistas e impuso una nueva norma a la profesión: Antes el principal objetivo era develar la verdad, o construirla a partir de la aplicación de las rutinas periodísticas legitimadas por la sociedad. Ahora el principal fin de la actividad periodística es lograr que alguien pague un espacio y, si es posible, que aporte fondos para que el periodista pueda alcanzar objetivos propios del modelo social que se fue imponiendo paralelamente: Casas lujosas, autos lujosos, viajes lujosos.
-Esta ofensiva de la ética de los negocios (la no-ética) en la profsión periodística, fue llevando a muchos colegas serios a rendirse frente a las presiones. Periodistas que venden publicidad -algunos lo dicen orgullosamente- periodistas que se enojan si no se les hace un regalo, periodistas que se quejan porque no se los "invita" a un viaje, periodistas que cobran por vender un producto.
-Por otra parte, hay un fenómeno que también forma parte del modelo: La omnipotencia. Aquellos que son periodistas y que se ven obligados -o deciden voluntariamente olvidar algunas normas- y comienzan a aceptar regalos costosos, sorteos, viajes y otros beneficios, utilizan la muy argentina expresión: "A mi no me va a pasar". Las analogías no son muy exactas, pero algunas veces sirven para ilustrar: El señor que corre con su auto a 220 kilómetros por hora, supone que él es un volante único y que a él, "no le va a pasar". Mueren 30 personas al día en la Argentina, la mayoría de ellos por circular a alta velocidad, pero a cada uno de los que vuelan por las calles y rutas con sus autos, "nunca les va a pasar. Los que chocan son tontos o incapaces". El periodista omnipotente -muchos son sinceros y sufren de omnipotencia, otros son hipócritas- asegura que puede recibir todo tipo de beneficios de parte de sus fuentes, porque "a la hora de escribir, nada me importa". Para muestra, basta un botón: Un "periodista" hablaba de lo maravillosa que era Lapa, su responsabilidad, su capacidad para emprender y renovarse. Claro, lo decía en su programa de TV por cable, desde Atlanta, hacia donde había llegado en un vuelo de Lapa. Mientras se emitía el programa, en Aeroparque se contabilizaban los muertos por el accidente que un avión de Lapa había sufrido en la pista. No crean que el periodista en cuestión sufrió algún escarnio, que alguien se rió de él, que perdió prestigio. Sigue haciendo mucho dinero con su "periodismo". Es un caso extremo, pero entre la neutralidad y dicho caso hay miles de grises.
-Finalmente: La estrategia para bloquear la discusión suele basarse en tres argumentos, con los cuales los silogistas se harían una panzada: "Claro, vos hablás de ética, pero una vez me acuerdo que recibiste un reloj de regalo"; "yo no puedo hacer otra cosa, vení vos a darle de comer a mi familia"; "está bien, discutamos de ética, pero antes quiero que nadie reciba más un regalo, un viaje o un almuerzo". No los voy a explicar, porque como todo silogismo, se destruye por su estructura interna.
Un abrazo afectuoso a los compañeros de lista.
Rubén Levenberg
2 de enero de 2007 7:01
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enero 02, 2009
La radio, el verano y el feudalismo

Cada comienzo de año es un calvario para los periodistas que trabajan en las radios. Durante la última semana los periodistas se despiden de su público, que se muestra ansioso por los cambios en la futura programación. Un buen día terminan, llegan los programas de verano y en marzo comienzan los nuevos. Cuando esa programación nueva se lanza, hace tres meses que cientos de periodistas se quedaron sin trabajo y sin siquiera la posibilidad de protestar, porque tiene que preservar “las buenas relaciones con la empresa”, un problema que se agrava a medida que unas radios compran a otras. Además es mal visto en el ambiente que un periodista se queje porque lo dejaron sin su programa. La realidad indica que trabajan como periodistas, su relación con las radios es de microempresario y su estado civil es el de trabajador precarizado.
Como habrán notado los lectores, este circuito perverso es tal vez el más agresivo y ofensivo hacia los periodistas, una muestra patente de la precarización laboral, además del desprecio que muchos directores de radios tienen por el periodismo y los periodistas.
Cada tanto, habrá una reivindicación salarial, intervendrá el gremio de prensa y el resultado será que los pocos periodistas que están en la plantilla laboral tendrán un aumento. Son unos pocos, que además por lo general son también locutores y tienen estabilidad porque son locutores y no porque son periodistas. Desde el punto de vista de los periodistas, la radio cuenta con el sistema de precarización más perverso, tal vez al mismo nivel que la TV.
Hay dos sistemas que se aplican en las radios argentinas. Uno es el que permite que una empresa, para evitar compromisos laborales, pueda eludir olímpicamente el Estatuto del Periodista y en lugar de contratar profesionales, lo que hace es lotear sus espacios. Vende a los periodistas un espacio y ellos tienen que ocuparse de la venta de la publicidad. El sistema de contratación ha sido bautizado hace muchos años con el nombre hipócrita de "coproducción”. La consecuencia es que los periodistas -salvo casos excepcionales- terminan trabajando para la radio de manera casi gratuita. El otro sistema se aplica sólo en algunas radios -como el caso de Mitre- en el que se contrata a una serie de periodistas estrella con muy buenos sueldos, pero siempre con contratos inestables, cuando termine el año, nuevamente la dirección de la radio decidirá si un programa o un periodista siguen.
Un caso interesante es el de las radios públicas. Suelen utilizar contratos que, al entrar en contradicción con el Estatuto del Periodista, rozan la ilegalidad, por ser generosos. También en estos casos, un cambio de autoridad, un nuevo funcionario, un capricho o un encono personal de un funcionario con un periodista puede terminar con un programa o con un periodista, que deberá retirarse y buscar otro trabajo. En su lugar, será ubicado un periodista más amigo o un locutor-periodista, eufemismo que encontraron las radios para contratar locutores que hacen de periodistas y ahorrar un sueldo.
De esta manera, la estabilidad laboral de los periodistas en radio no existe. Existe, es cierto, la estabilidad laboral de los locutores y operadores técnicos y la de algunos periodistas que logran entrar en los noticieros. Mientras tanto, oh sorpresa, existe un público, una masa enorme de oyentes que todos los días encienden su radio para escuchar su programa, a su hora. Si los derechos laborales del periodista son despreciados por los directivos de las radios -muchos de ellos, a su vez, periodistas- nadie es más despreciado que el oyente. El oyente es una especie de siervo de la gleba, que está atado a una radio y acepta cualquier cosa que le puedan ofrecer. “La gente protesta al principio y después se acostumbra”, es el razonamiento. Tal vez, además de que el gremio de los periodistas defienda en serio los derechos de los periodistas, para que en lugar de jugar a trabajar como empresarios -descargando la responsabilidad de los verdaderos empresarios, que son los que se quedan con la parte del león- los periodistas radiales sean, como corresponde, empleados de las radios, con sueldos, derechos y obligaciones. Y que, el público, no sea un actor pasivo que recibe lo que “le dan” sino que adquiera un rol activo y a la hora de levantar un programa o cambiar un profesional también sean escuchados. ¿Será demasiado utópico? Tal como evolucionan las cosas, parecería que si. Sin embargo, si se aprueba una nueva Ley de Radiodifusión, que permita la formación de nuevas radios, en nuevas frecuencias, con nuevas opciones, tal vez un director o funcionario tenga que pensar dos veces antes de desarmar un equipo de trabajo simplemente porque “me ofrecieron el puesto y llevo mi equipo”. Mientras tanto, habrá que seguir dándole al dial como si fuera la última cosa que uno va a hacer en la vida. Salute.
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radio; periodistas; precarización;
octubre 10, 2008
El hombre que sorprendía demasiado

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Fue allá por el 85, cuando todavía faltaban quince años para el fin del milenio y apenas habían pasado un par de años de régimen constitucional. Alguien en El Periodista de Buenos Aires, donde trabajaba por entonces, me pidió una nota. Tal vez haya sido uno de mis jefes y maestro, el gallego Oscar González –perdón por la confianza, estimado vicejefe de Gabinete- o la querida María Seoane. De lo que me acuerdo –otra vez perdón, esta vez por la primera persona del singular, pero estamos en un blog- es de las indicaciones que la columnista de Educación, Adriana Puiggrós me pasó para encontrar el lugar de la entrevista, un centro de estudios ubicado en un piso alto, en la esquina de Córdoba y Callao, con una vista maravillosa hacia el tramo de Córdoba que viene desde el río.
La misión era sencilla, casi ideal para un periodista que quiere salir un rato del vértigo y disfrutar de una charla: Tres intelectuales, de diferentes orígenes políticos e ideológicos habían concebido el proyecto para la creación de la Carrera de Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires, una institución que los grandes medios habían boicoteado por años.
Como todo periodista, uno mide a los interlocutores para saber qué preguntar y cómo preguntar, pero no es conciente del valor de esos seres de carne y hueso que tiene adelante. Si no pudiera abstraerse de esas cuestiones, la entrevista no pasaría de un “¿se siente realizado?”
Como todo periodista, uno mide a los interlocutores para saber qué preguntar y cómo preguntar, pero no es conciente del valor de esos seres de carne y hueso que tiene adelante. Si no pudiera abstraerse de esas cuestiones, la entrevista no pasaría de un “¿se siente realizado?”
Eduardo Vizer, Héctor “Toto” Schmuckler y Nicolás Casullo estaban ahí, cada uno con su historia y sus modos. Ahora que no tengo que entrevistarlos y que, lamentablemente, Nicolás ya no está, puedo decir que el trío me causó cierta gracia, parecían protagonistas de una comedia en la cual cada actor asumía su papel con maestría. Un Vizer verborrágico y claro para decir por qué hacía falta esa carrera; un Toto Schmuckler que me hubiera asustado por su sabiduría, pero cuyo fraseo amable y su tonada lo convertían en un maestro para escuchar. Casullo tenía cara de distraído, a veces parecía mirar sin mirar, una percepción que se rompía cuando disparaba alguna frase brillante que quebraba el clima y proponía otro enfoque para las mismas cosas.
Con Vizer me he cruzado cada tanto en la facultad de Ciencias Sociales, donde desde 1989 funciona la carrera de Ciencias de la Comunicación Social, aunque desconozco si sabe quién soy. A Schmuckler, recluido en Córdoba, sólo lo he visto en algún acto público. Ambos son referentes de estudiantes y profesores de la carrera y un orgullo para la Universidad de Buenos Aires. A Casullo, quien hizo de la carrera de Ciencias de la Comunicación uno de sus hogares más queridos, me acostumbré a verlo y escucharlo. Y a admirarlo.
Algunos años después, fue la figura que impulsó una carta de renuncia de un grupo valioso de intelectuales a un peronismo que se había transformado en la cabeza de una avanzada neoliberal. La lista de “renunciantes” era inmensa, no sé si por su número, pero sí por la cantidad y la calidad de ideas que había detrás.
Las cosas de la vida y de la academia hicieron que durante estos años me haya convertido, sin dejar de ser periodista, en profesor de la misma carrera. Cada vez que escuché a Casullo hablar por radio, o leí sus columnas en Página 12, o tuve el privilegio de sentarme en alguna de las aulas grandes de la facultad para oír sus reflexiones siempre inteligentes y originales sobre el futuro de la disciplina, de la institución o del país, me pasó por la cabeza aquella imagen del tipo distraído, con sus ideas repentinas y originales, que con maestría cristalizó el fotógrafo del diario Crítica cuya toma ilustra esta columna.
Más recientemente, recuerdo haberlo visto durante una reunión de profesores. Estábamos tratando de entender cómo una decisión del decano Federico Schuster para que la facultad mostrara su punto de vista sobre la conducta bochornosa de los medios de comunicación durante el cacerolazo campero en marzo pasado, se había convertido en una campaña de los mismos medios para denostar a la Universidad de Buenos Aires y, con ella, a la educación pública.
Uno tenía la sensación de que cuando Nicolás Casullo entraba a una reunión, valía la pena estar ahí para escuchar, debatir y aprender. Pero también tenía que estar predispuesto a la sorpresa. Porque un rasgo característico de Casullo era su capacidad para poner cara de distraído y repentinamente poner sobre la mesa un razonamiento de ruptura. Como esos equipos con un contragolpe mortal, pero en el mundo de las ideas y de la política.
Escucharlo hablar y opinar fue una buena ocasión para aprender, tanto como aquella vez en los ’80. Luego lo vería en varias ocasiones durante las reuniones de Carta Abierta, tal vez su última y más audaz creación, compartida con dos compinches de su talla como Ricardo Forster y Horacio González. También en alguna reunión de profesores, cuando curiosamente los medios de comunicación se ensañaron nuevamente con la Facultad de Ciencias Sociales, esta vez por un conflicto con las agrupaciones estudiantiles a raíz del boicot presupuestario por parte de las autoridades de la UBA y del ministerio de Educación.
Pero el recuerdo más claro fue en la última reunión de Carta Abierta de la que tuve oportunidad de participar. Casullo estaba ahí y con esa manía que uno adquiere cuando tiene la sensación de que pasó hace rato la mitad de su propia vida, comparé la imagen del Casullo del 2008 con aquella de 1985. El mismo flequillo, pero canoso. La misma mirada, aunque con cierto cansancio casi imperceptible. Recuerdo que me pregunté, para adentro: “¿En qué estará pensando este tipo? ¿Con qué nos va a sorprender ahora?”
Nos sorprendió con su ida definitiva y no voy a recurrir a ninguno de los lugares comunes para mencionar los libros y las ideas que nos dejó. No hace falta decirlo, mejor es leerlo. Sí me interesa recordarlo como un tipo capaz de pensar sin esquemas, de actuar sin prejuicios y de vivir sin las incoherencias a las que nos tienen acostumbrados algunos revolucionarios de café. Supongo que, si hacía falta, ahora en el Paraíso –eso en lo que los agnósticos no creemos- se deben estar preparando para una tormenta de ideas. Allí debe estar llegando Nicolás, para charlar con Arlt, con Walsh, con Urondo, con Raab, con Perón –aunque muchos le hayan deseado el infierno-, con el Ché, que había elegido el mismo día para irse, con el viejo Palacios y, por qué no, con Borges, Cortázar y Bioy, que se deben estar riendo en algún lugar de las polémicas de algunos intelectuales. Rápido, ruego que alguno de los periodistas que están por allá nos mande su crónica, que nos hace mucha falta.
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