El homo sapiens –volvemos a él- debe todo su saber y todo el avance de su entendimiento a su capacidad de abstracción. Sabemos que las palabras que articulan el lenguaje humano son símbolos que evocan también “representaciones” y, por tanto, llevan a la mente figuras, imágenes de cosas visibles y que hemos visto. Pero esto sucede sólo con los nombres propios y con las “palabras concretas” (lo digo de este modo para que la exposición sea más simple), es decir palabras como casa, cama, mesa, carne, automóvil, gato, mujer, etcétera, nuestro vocabulario de orden práctico.
De otro modo, casi todo nuestro vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras abstractas que no tienen ningún correlato en cosas visibles, y cuyo significado no se puede trasladar ni traducir en imágenes. Ciudad es todavía algo que podemos “ver”; pero no nos es posible ver nación, estado, soberanía, democracia, representación, burocracia, etcétera; son conceptos abstractos elaborados por procesos mentales de abstracción que están construidos por nuestra mente como entidades.
Los conceptos de justicia, legitimidad, legalidad, libertad, igualdad, derecho (y derechos) son asimismo abstracciones "no visibles”. Y aún hay más, palabras como paro, inteligencia, felicidad son también palabras abstractas. Y toda nuestra capacidad de administrar la realidad política, social y económica en la que vivimos, y a la que se somete la naturaleza del hombre, se fundamenta exclusivamente en un pensamiento conceptual que representa –para el ojo desnudo- entidades invisibles e inexistentes. Los llamados primitivos son tales porque –fábulas aparteen su lenguaje destacan palabras concretas: lo cual garantiza la comunicación pero escasa capacidad científico-cognoscitiva. Y de hecho, durante milenios los primitivos no se movieron de sus pequeñas aldeas y organizaciones tribales. Por el contrario, los pueblos se consideran avanzados porque han adquirido un lenguaje abstracto –que es además un lenguaje construido en la lógica- que permite el conocimiento analítico-científico. (…)
Y la cuestión es ésta: la televisión invierte la evolución de lo sensible en inteligible y lo convierte en el icto oculi, en un regreso al puro y simple acto de ver. La televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo, atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender.
Fuente: Sartori, Giovanni. "Homo Videns. La sociedad teledirigida". Taurus, Madrid, 1988.
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