"Una sola persona no puede tener más del 20 por ciento del mercado de los diarios”, dijo. La frase tiene menos de 140 caracteres pero, a no asustarse, no es un tuit de Aníbal Fernández ni de Gabriel Mariotto, sino parte de una declaración exclusiva que el líder laborista británico Ed Miliband realizó al diario El Observer.
Miliband se mostró indignado porque un grupo concentrado de medios de comunicación masiva, propiedad del australiano Rupert Murdoch apareció como eje de un escándalo en el que las operaciones de diarios, directivos periodísticos -no periodistas, pobrecitos-, policías y políticos británicos mostraron la otra cara de la prensa. Una cara que pinta más enferma de lo que parecía para algunos, con una fuerte concentración que les permite negociar de igual a igual con el poder.
¿Tienen los medios poder sobre el poder? Comencemos por el principio: Días atrás Rupert Murdoch se vio obligado a cerrar News of the World, un diario sensacionalista que formaba parte de su imperio mediático distribuido por todo el mundo. Las delcaraciones ante los parlamentarios por parte de la bella y sensual pelirroja Rebekah Brooks, una suerte de Chiche Gelblung del periodismo británico, pero con argumentos mucho más contundentes como para prestarle atención, fueron catastróficas para ella y para su jefe máximo. La caída del medio fue inevitable, porque se hizo público que el diario británico había hecho pinchaduras telefónicas y, en presunta complicidad con la policía, había manipulado e inventado o reinventado noticias. El objetivo: ganar más dinero. También había sido parte del poder detrás del poder, razón por la cual el premier David Cameron, quien tuvo como jefe de prensa a un ex director del diario ahora cerrado, teme que le toque la guillotina política, aunque por ahora sólo sea una fría sensación en el cuello.
Miliband se mostró indignado porque un grupo concentrado de medios de comunicación masiva, propiedad del australiano Rupert Murdoch apareció como eje de un escándalo en el que las operaciones de diarios, directivos periodísticos -no periodistas, pobrecitos-, policías y políticos británicos mostraron la otra cara de la prensa. Una cara que pinta más enferma de lo que parecía para algunos, con una fuerte concentración que les permite negociar de igual a igual con el poder.
¿Tienen los medios poder sobre el poder? Comencemos por el principio: Días atrás Rupert Murdoch se vio obligado a cerrar News of the World, un diario sensacionalista que formaba parte de su imperio mediático distribuido por todo el mundo. Las delcaraciones ante los parlamentarios por parte de la bella y sensual pelirroja Rebekah Brooks, una suerte de Chiche Gelblung del periodismo británico, pero con argumentos mucho más contundentes como para prestarle atención, fueron catastróficas para ella y para su jefe máximo. La caída del medio fue inevitable, porque se hizo público que el diario británico había hecho pinchaduras telefónicas y, en presunta complicidad con la policía, había manipulado e inventado o reinventado noticias. El objetivo: ganar más dinero. También había sido parte del poder detrás del poder, razón por la cual el premier David Cameron, quien tuvo como jefe de prensa a un ex director del diario ahora cerrado, teme que le toque la guillotina política, aunque por ahora sólo sea una fría sensación en el cuello.
Cuando el escándalo de las pinchaduras telefónicas saltó a la luz no fue porque alguna investigación parlamentaria haya puesto sus ojos en el grupo Murdoch sino porque la prensa que compite con la del jeque mediático australiano encontró la punta del ovillo y lo puso en letra de molde. Para que fuera posible, tuvieron que concurrir dos hechos: Que haya competencia y que a nadie se le haya ocurrido descartar el caso porque venía de un medio que no pertenecía al grupo Murdoch. Ahora la investigación es parlamentaria y sigue en la Justicia y todos se preguntan qué antecedentes se pueden tomar en cuenta.
Naturalmente surgieron entre otros el célebre Watergate, que le costó el puesto y el rechazo social al presidente de los Estados Unidos Richard Nixon y el escándalo del espionaje del jefe de Estado Mauricio Macri en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que le valió un procesamiento al empresario-político y ninguna sanción social.
Puestos a enhebrar vínculos, uno podría pensar que entre los ejecutivos que tienen un cargo en las empresas del grupo Murdoch está nada más y nada menos que José María Aznar, el mismo que fuera presidente del Gobierno español cuando el terrorismo produjo el atentado de Atocha y no dudó en responsabilizar a la ETA. Al bueno de Aznar la jugada no le salió como a su amigo Macri, porque semejante afirmación le valió la derrota electoral y el paso a una vida menos agitada, como dar conferencias por el mundo acompañado de personajes como Mario Vargas Llosa, por citar a los menos antipáticos. En cambio Macri fue premiado con una excelente elección días atrás y es bastante probable que el 31 de julio sea ratificado con el voto masivo.
Lejos de los avatares de la política porteña hoy Murdoch parece preocupado. ¿Está preocupado? Su grupo no es el más concentrado del mundo ni es el único. Pero es uno de pocos gigantes que concentran la producción y difusión de mensajes alrededor del planeta, con medios de comunicación en todas partes, también en la Argentina. La pregunta es si el poder está allí, un interrogante que admite dos lecturas: O los grupos de medios concentrados son el poder o simplemente son instrumentos del poder.
El juego está abierto y las conclusiones pueden ser las previsibles, con algunos golpes para Murdoch, quien será maquillado para no parecer tan malo. Las operaciones de los medios seguirán en todo el mundo y la manipulación de datos y tecnología seguirán a la orden del día, o más precisamente a la orden de los grupos financieros que auténticamente detentan el poder. Algún periodista trasnochado dirá que la culpa la tiene la BBC por ser del Estado, otros acudirán al "qué horror" típico de la medio-cridad y no faltará quien, como ya ocurrió, oculte el tema para no despertar a algún demonio democratizador. Pero es otra historia.
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