Frases de cabecera

-"Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido." Malcolm X.

agosto 26, 2010

El secreto de decir "culo" de varias formas

Estas son algunas reflexiones que aparecieron después de escuchar durante media hora a Elisa Carrió diciendo cualquier cosa, con conclusiones basadas en proposiciones falsas a las cuales mi querido profesor de Lógica, don Colaccili de Muro hubiera calificado de "razonamientos falsos" y faltos de respeto. Pero como si uno dice "todos los gatos son grises, todos los grises son espías mexicanos, por lo tanto todos los gatos son espías mexicanos" y ningún periodista le repregunta si desayunó con algo raro, la señora puede pronosticar apocalipsis, crisis, muerte, renacimiento y cualquier otra cosa, que nadie le dirá otra cosa más que "¿Qué quiere agregar?"

Después de escucharla a la fuerza, uno comienza a pensar que su éxito en TV, radio, diarios y revistas proviene de las barbaridades que dice sin ponerse colorada o de algún otro interés por parte de los medios. O tal vez sea porque su maravilloso talento para el marketing -como el profesor de la palabra fea en el pizarrón- le permite atraer siempre la atención, aunque sus palabras suenen huecas e ilógicas. 

Ahí es cuando uno se pone en el lugar de un empresario PyME, que quiere hacer conocer su producto y luego de meditar por días, meses, años, comienza a poner publicidad en un medio. Uno se acuerda más o menos de los precios y sabe que en un diario de circulación interesante, una media página sale 10.000 pesos, por dar una cifra que seguramente queda corta. En una revista, una página puede costar 6.000 pesos. Ni hablar de lo que le pueden costar un spot en un programa de radio con una audiencia interesante o en TV, donde cada segundo se paga mucho, mucho dinero.  Las grandes empresas, nacionales o extranjeras, tienen que disponer de presupuestos  enormes para quedarse con esos segundos o minutos de radio y TV o con los centímetros en los diarios y revistas, o al menos con los afiches callejeros.

Sin embargo, hay una señora que ha mostrado una enorme capacidad para tener publicidad gratuita, a razón de una o dos horas diarias de TV, otro tanto en radio y muchos centímetros cuadrados en diarios y revistas. La señora Elisa Carrió, cuya billetera seguramente debe ser bastante más corta que su ingenio, ha conseguido que cualquier cosa que diga sea reproducida  hasta el hartazgo.

Es cierto que los exabruptos le sirven casi tanto como los títulos de tapa a la revista Noticias. Uno abre la publicación de la editorial Perfil con la idea de encontrar la información que aparece en tapa y no está. O está canibalizada. O no hay fuentes.  Uno escucha a Carrió hablar media hora en el noticiero de TN y no sabe si reír o llorar. Uno supone que un empresario Pyme o el gerente de Marketing de una gran empresa debe pensar “¿En qué me habré equivocado yo?”, cada vez que soporta  los exabruptos de Carrió, luego reproducidos religiosamente por cuanto medio haya en el país.

Pero también es cierto que la pereza mental o el miedo a la competencia  -que tiende a desaparecer en  los medios argentinos- hace que luego nadie deje de reproducirlo. De esa manera, puede decir cualquier cosa, con cualquier énfasis y sabe que millones de pesos en centímetros, minutos y segundos  de medios estarán a su disposición.  Difícilmente alguna vez llegue a Presidenta, porque como destruye todo lo que arma, seguramente no podrá. Pero cualquiera sea el próximo presidente, hay que crearle una cartera específica: Ministerio de Marketing Oficial. Será un éxito. ¿O no? Si, seguramente, si hasta en un humilde blog como Prensa y Etica, le hemos dado un lugarcito.

Postdata: Un prestigioso consultor de nombre Alejandro suele decir que cuando en un seminario observa que no le están prestando atención, basta con decir o escribir "culo" para saber quiénes son los que atienden y quiénes son los que están pensando en otra cosa. Carrió es admirable: Siempre encuentra una forma original de decir "culo".

agosto 25, 2010

El Peruano Parlanchín


La noticia ya dejó de serlo, porque fue hace un par de días y ya se publicó, se hicieron homenajes y es público. Pero no deja de ser un hecho para recordar: Murió Hugo Guerrero Martinheitz, más conocido años atrás como “el peruano parlanchín”, con quien muchos aprendimos a querer a la radio y a sus periodistas, tal vez tanto como con Paloma Efrom (Blackie) o con Enrique Alejandro Mancini.

El negro Martinheitz hacía entrevistas memorables, con preguntas provocativas pero respetuosas; hablaba del mundo, no de su mundo, utilizaba su voz privilegiada para hacernos llegar literatura a través de la radio, elegía música para escuchar y no para hacer negocios con alguna distribuidora. Aunque muchas veces parecía impertinente, era cuidadoso con el trato a sus entrevistados y con el uso del lenguaje. Algún pretencioso imitador se quedó sólo con la impertinencia y olvidó el resto.

Con los años, la radio se fue degradando. Los programas se convirtieron en lotes en los cuales cada periodista construye su prefabricada, su casita de material o su mansión, según cuáles sean sus vínculos con las empresas a las que les interesa el país, como diría un tal Bernardo.

El tiempo hizo que los buenos periodistas y los buenos productores de radio se refugiaran cada vez más en menos espacios, mientras que el promedio pasó a convertirse en entrevistador de amigos empresarios o políticos a los que se les pregunta lo que quieren que se les pregunte y a quienes se les hacen preguntas con respuesta incluida, para ahorrarle el trabajo al entrevistado.

El Peruano Parlanchín murió justo cuando empezaba la semana en la que la radio cumple 90 años en la Argentina, uno de los países pioneros en el desarrollo de este medio de comunicación. Hacía rato que estaba mal, sin dinero, dormía en la calle y el periodista de genio creativo de décadas atrás se había convertido en un hombre solo y ya sin luces. Merecía un homenaje también aquí, porque la ética y la prensa también se juegan en la radio.

agosto 20, 2010

Anomias, avivadas y torpezas

En términos legales, la anomia casi no existe, porque en todo país democrático y de los otros hay leyes, decretos, normas que definen qué se puede hacer y qué no se puede hacer. Lo que suele ocurrir es, en todo caso, es que aparece cierto grado de anomia en términos sociales, una ilegalidad de ciertas acciones humanas que violan las normas existentes.
El mejor ejemplo es la Argentina, donde no hay anomia sino, como diría un cordobés, hay una “no mi hagás cumplir las leyes”.

La violación de normas de todo tipo es cotidiana. Desde el señor que se enoja porque quiere manejar a 220 kilómetros y un tozudo conductor respetuoso de las leyes “obstaculiza” su paso, hasta el señor o la señora que viola un semáforo en rojo y se siente un héroe; desde el médico que receta un medicamento que su paciente no necesita, pero que contribuirá a un lindo viaje a una isla caribeña, hasta el ingeniero que construye un edificio de 30 pisos en un barrio de casas bajas, donde sólo se puede construir hasta 7 pisos; desde un propietario sojero que se queja de “esos negros piqueteros” que no le dejan llegar rápido a la oficina que tiene en Puerto Madero, pero después corta rutas, desabastece a las ciudades y se ufana de ello, hasta los funcionarios que toman medidas y ensayan, para ver qué pasa, sin un ínfimo estudio previo.

Hay más muestras de la tendencia a violar normas, que es endémica en la Argentina: Desde el diputado que vota lo que sabe que no se podrá cumplir, hasta el que espera una orden para votar lo que jamás querría que se cumpliera; desde el abogado que se hace llamar “constitucionalista” y opina como si lo fuera, hasta el empleado de una empresa que se hace llamar “periodista” y se hace millonario violando todos los códigos deontológicos existentes y por existir; desde los empresarios de medios que se presentan a una licitación para abrir una FM cultural y una vez obtenida la licencia, arman una repetidora de su radio AM –y que se considerarán “perseguidos” si alguien hace cumplir la ley-, hasta los funcionarios que se lo permiten y dejan de permitírselo si las alianzas cambian.

La lista sigue, desde el funcionario que cobra un sueldo para atender a la prensa, pero que en lugar de cumplir con su obligación legal hace decir por su secretaria que no está o que no puede hablar, cuando en realidad él o su jefe están hablando a cuatro voces en un programa de radio, el único para el cual hablan; hasta la empresa que avisa que el aviso que colocan en un medio –una de las herramientas que tiene la democracia para que haya medios y por lo tanto control democrático de los poderes- será retirado si en lugar de defender la posición de la empresa se ocupan de cumplir con las rutinas periodísticas y por lo tanto tienen una conducta ética.

Hay otras actitudes de desprecio por las leyes que son más o menos corrientes: Desde el funcionario que se “olvida” durante meses o años que alguien viola una ley y cuando hay un conflicto se acuerda de las leyes y las quiere hacer cumplir en 90 días, hasta la empresa que brinda un servicio que no está autorizada a brindar y espera que la ley le caiga encima para decir que sufre “persecución”; desde el periodista que busca saber cuál es la verdad, hasta el que llevado por su ideología o por las tarifas de sus avisos, se indigna y mezcla libertad de prensa con Internet o la biblia con el calefón.

La lista es infinita, las conductas desviadas que violan leyes o no impiden que se violen se pueden contabilizar por centenares. A esta altura el lector sabrá que nos hemos referido al fondo de la cuestión entre el Estado y Fibertel. Uno que dejó hacer mientras le resultó conveniente y otro que hizo mientras no le dijeran nada. Uno que actúa sin estudiar cuál es la situación de los cientos de miles de clientes-usuarios que tiene el otro, que desconoce que no hay proveedores capaces de sustituir a Fibertel, al menos en un término de dos o tres años. Otro que como no puede decir que no violó la ley, dice que lo persiguen.

Para quien firma esta nota, las telefónicas deberían poder brindar servicios de TV y los que tienen servicio de Cable deberían poder ofrecer telefonía y servicio de Internet. Es una de las grandes deudas de la entrada de la Argentina en el mundo digital y está bloqueado por una de las modificaciones que se hicieron en la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales a expensas de los sectores de izquierda que querían aparecer como valientes luchadores contra los monopolios.

Para quien firma esta nota, ni en 90 días ni en un año se puede reemplazar al proveedor de Internet que atiende a la mayoría de los usuarios metropolitanos y a buena parte de los de todo el país. Hay razones técnicas y comerciales que cualquier funcionario inteligente conoce, pero que no va a decir simplemente porque no atiende a la prensa.

Para quien firma esta nota, no sólo hay razones comerciales sino políticas y empresariales. Telecom tiene Arnet y sólo opera en su zona; Telefónica tiene Speedy y sólo opera en su zona; los dos tienen los mismos precios que Fibertel y están incapacitados de absorber a los usuarios de Fibertel. Los usuarios pueden atestiguar lo que significa quedarse sin ADSL durante una semana y que le digan “si, tenemos algunos problemas, ya lo vamos a solucionar”, después de saltear infinitos obstáculos impuestos por el CRM de la telefónica.

La otra competencia es Telecentro, que hasta ofrece Triple Play, pero cuyo servicio de telefonía, cable e Internet funciona cada vez peor, se corta dos o tres veces al día porque está excedida en su papel de única competencia de Fibertel. ¿Causa o consecuencia? Si hubiera más proveedores con redes extendidas, el problema no existiría.

En términos prácticos, la medida del ministerio de Planificación es impracticable. En términos políticos, no sabemos, porque la costumbre de algunos funcionarios es hablar con Radio 10 y sólo con ellos. Recién en los últimos días están hablando, algunos, con las radios y TV públicas. Alguna vez les tocará a los periodistas de otros medios. 
Rubén Levenberg (Publicado originalmente en Bloggers Report)

agosto 15, 2010

Somos todos buena gente

Ayer, 14 de agosto, murió Mario Gavilán, periodista, administrador de medios y durante años mano derecha de Héctor Ricardo García. Hoy los diarios y cuanto medio haya en el aire le brindaron un homenaje. Algunos titularon "los noticieros de luto", otros "murió el padre de los noticieros", o "murió el padre de la placa roja de Crónica TV". Ya se sabe que cuando alguien se muere hay que tratar de no agredir al personaje en cuestión, que hay que ser delicado y sobre todo respetuoso con sus familiares, pero a veces la omisión es ofensiva hacia muchas otras personas.
¿Es políticamente correcto callar? Como no había respuestas a mano, nada mejor que algún documento que cuente lo que casi todos omitieron. Mientras Caronte recibe su moneda y lo sube a su barca, o San Pedro le abre la puerta -vaya uno a saber- vale la pena transcribir lo que dice la crónica sobre su llegada al canal ATC cuando el menemismo asumió el Gobierno:

"Y quedó claro desde un comienzo que las perspectivas no eran buenas para ATC, cuando los primeros en desembarcar fueron personajes ligados a la última dictadura: al interventor Mario Gavilán (con una larga trayectoria televisiva y una oscura relación con la Armada que le valió la dirección de noticias de Canal 13 durante el Proceso) lo acompañaron Guillermo Aronín (jefe de prensa del Partido para la Democracia Social fundado por el ex almirante Emilio Massera), Emilio Giménez Zapiola (redactor de la revista Gente durante el proceso) y Nicolás Kasanszew (corresponsal de 60 minutos en la guerra de Malvinas), entre otros. Bajo el paraguas del discurso oficial de reestructuración y reformas, Gavilán se propuso tirar abajo rápidamente lo poco que había construido el radicalismo (...)".

Fuente: Mindez, Leonardo. Canal Siete. Medio siglo perdido. La historia del Estado argentino y su estación de televisión. Ediciones Ciccus-La Crujía. Buenos Aires, 2001. Página 103.